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CUÉNTAME UN CUENTO

Cuéntame un cuento

¿Quieres decirme, por favor, qué camino debo tomar para salir de aquí?
– Eso depende mucho de a dónde quieres ir -respondió el Gato.
– Poco me preocupa a dónde ir – dijo Alicia.
– Entonces, poco importa el camino que tomes -replicó el Gato.

Lewis Caroll, Alicia en el país de las maravillas

 

 

20d

 

 

 

 

 

 

 

Preguntarse quién ganó el debate del lunes es como adentrarse a través del espejo de Alicia y llegar a un mundo donde los conejos llevan chistera; las eléctricas son un monopolio indecente; existen reinas de corazones en vez de repúblicas del Pueblo; los ladrones de Bankia siguen comiendo setas para crecer y las gentes setas para hacerse tan pequeños que no molesten a los padres de la Patria ni al sombrerero loco.

Preguntarse cómo salir de la actual situación significa tener muy claro a dónde queremos llegar y cuáles son nuestras perspectivas de futuro. El domingo habrá que votar, pero no esperen que yo les diga a quién. Deben ser ustedes quienes elijan. Por fortuna ya conocen lo que es el mundo de Alicia: Rebajas fiscales para todos, si usted gana 10.000€ al mes se ahorrará un buen pellizco  en la renta y si gana 600€, incluidas pagas extras y despido, puede ahorrarse hasta quince euros. Claro que nuestro ejecutivo, banquero o senador no puede beneficiarse del descuento del 25% en la factura de eléctricas y usted, si todos los componentes de su familia están en paro, puede obtener bonificaciones – sólo sobre el consumo – por lo que podrá ahorrarse entre 5 o 6 euros mensuales o más si no pone la calefacción este invierno. También puede esperar la generosidad de la banca en el tema de los desahucios, están tan interesados en su problema como el gato de Alicia.

Si es tan inocente como Alicia, entenderá lo que quieren decir cuando hablan de salvar la Economía. Es cómo la película del soldado Rayan: hay que enviar un pelotón de seis o siete trabajadores para salvar el sueldo y el plan de pensiones de un solo político y a toda una compañía para salvar a un defraudador. Salvar los mercados y al Ibex 35 es primordial, hablar de mantener el estado de bienestar es revolucionario y por tanto peligroso. Y no olviden las pensiones, durante los últimos cuatro años  han aumentado  a costa del fondo de reservas de la Seguridad Social. Seguramente entre tres y siete  euros, pero se han aumentado; aunque ahora ya no podamos tomar el té con Alicia porque el nivel adquisitivo ha bajado y ya ni nos llega para pastas de té. Y ni se les ocurra discutir sobre el rey porque hay cosas prioritarias y así seguiremos siendo siervos cuatro años más ¡por lo menos!

Dónde más puede presumir el Sombrerero es en la creación de empleo. ¡Un millón de puestos de trabajo!, que duran menos que el sueño de Alicia. Son como los naipes de la reina de corazones, un soplido del viento se los lleva por los aires. Permitidme que  sonría como el gato de Cheshire, el famoso gato filósofo del cuento, cuando imagino ciertas promesas mitineras por su parecido semántico a “mintieras”; sin embargo no puedo evitar indignarme de verdad cuando el Sombrerero asegura que hay más estudiantes becados y más jóvenes trabajando.

El domingo tenemos muchas opciones, pero entiendo que se sientan confusos. No deben confundir a Tweedledum y Tweedledee, aunque parezcan iguales, en el fondo se están peleando por el mismo sonajero y la Liebre de marzo es tan de derechas como el Sombrerero. No sé, la verdad, qué aconsejarles, salvo  preguntar a los trabajadores que estos días aumentan los porcentajes de continuidad gubernamental a dónde quieren llegar. A veces, en los cuentos y en las fábulas, está la respuesta.

Les voy a contar un cuento

La vida es un cuento o a los vividores les gusta contarlos:

Les voy a contar un cuento.

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LA COMPAÑÍA, relato.

Un relato mío del libro «Veintidós Grullas doradas»

diablo
La compañía

Vive de manera que puedas mirar fijamente a los ojos a cualquiera
y mandarlo al diablo.

Henry Louis Mencken

Pocas veces la vida me aturde y sólo en contadas ocasiones me
desespera; sin embargo, debo reconocer que aquella experiencia
pudo concluir en trágicas consecuencias.
—Debemos cambiarnos de piso —dijo un día mi mujer, coincidiendo
con nuestro vigésimo aniversario—. Éste ya está viejo y
se encuentra demasiado alejado del centro. He visto uno majísimo.
Al día siguiente fuimos a ver el verdadero objeto de deseo
de mi esposa. Era algo tarde cuando llegamos al lugar donde se
encontraba la casa. La plaza, amplia y capaz, estaba muy concurrida;
un edificio de reciente construcción daba justa réplica a un
aparente hotel situado justo al otro lado. Frente a la puerta del
primer inmueble, con gesto impaciente, nos esperaba la señorita
de la agencia. Era pelirroja, esbelta y atractiva; nos sonrió: «Llegan
puntuales», mintió para iniciar la conversación. Con pasos
vivos y seguros nos condujo hasta el ático, dispuesta a convencernos
de las excelencias de la vivienda. La joven olía a colonia
de marca y el piso a recién pintado. Recorrimos las estancias con
ojos de futuro y debo reconocer que era toda una tentación, y yo
soy un hombre sometido a muchas tentaciones. Finalmente salimos
a la terraza y allí, asomados a la plaza y viendo cómo se ocultaba
el sol, encontramos un nuevo hogar. (más…)

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Un relato navideño…con algo de retraso, jejej

Estos días estoy tratando de poner mis pensamientos en orden. Después de una persistente soltería, jalonada de aventuras y amoríos, creo que, al fin, he encontrado a alguien especial. Tenemos muchas cosas en común y salvo un par de detalles sin importancia, somos la pareja perfecta. Libres e inteligentes. De gustos, lecturas y objetivos comunes, y aunque ella me trata tan sólo amistosamente, adivino en sus gestos y comentarios una ternura muy particular y un cariño sincero. Todo empezó frente a un escaparate en las jornadas previas a la Navidad.

Todas las calles deberían tener escaparates, les dan vida. Son como los ojos que cantó Machado – “son ojos porque te ven” –, te ven y te atraen como los de una mujer hermosa. El caso es que aquel escaparate navideño era muy atractivo. Todos los objetos expuestos – se trataba de una perfumería selecta – parecían sacados del cuento de “Alicia en el País de las Maravillas”: los jaboncitos multicolores parecían sabrosas frutas que gritaban, “¡cómeme!”; las colonias, semejaban elixires de amor; las sales de baño, diminutas taselas de mosaicos de un jardín encantado. Las pinturas de labios y las cajitas de maquillaje aparecían dispuestas sobre una paleta decorativa simulando estar a la espera de la mano del artista; los desodorantes desfilaban en perfecta formación imitando a un ejército de brillantes uniformes y los enjuagues bucales se mezclaban armónicamente según fueran de menta, de fresa o de limón, formando un imposible Arco Iris. Todo, bajo el espíritu navideño de las bolitas de cristal, el muérdago y un paisaje nevado sobre una foto de palmeras y dunas.

La atrayente seducción de la vidriera me obligó a entrar. Un suave aroma a niño recién bañado inundó mis pituitarias. Cerré los ojos y volé a lejanos pretéritos. Una dulce voz me regresó a la realidad.

– ¿Desea alguna cosa?, ¿puedo ayudarle?

Me giré buscando el eco de su frase y quedé maravillado. Era preciosa, su sonrisa dibujaba dos perfectos hoyuelos, no demasiado grandes, allí por donde la comisura de sus labios tiene sus arrabales. Alta, bien formada; melena castaña, rizada seguramente con uno de los numerosos productos que, para tal uso, nutrían las estanterías. Sus manos reposaban largas y firmes sobre el mostrador. Me azoré como un niño. Podría haberle dado una lista de deseos y un manual de ayudas que precisar de ella, pero me azoré y sólo atiné a decir: – No sé, todavía.

Y esa era la verdad, todavía no sabía quién era ella; de dónde venía, cuales eran sus gustos, sus manías, su comida favorita, su autor preferido, el día de su cumpleaños, sus sueños… nada, todavía nada.

Ella me miró, como quien mira a un loco.

– ¿Está Ud. bien?, preguntó un poco asustada.
– Sí, sí, perdone, trataba de recordar que me falta.

Salí de la tienda cargado de cosas que ya tenía. Me llevé unos cuantos de aquellos soldaditos de sobaco, unos jabones que no sabía donde poner, leche corporal para todo el año y tres botellas de mi colonia favorita, que junto a las dos que tenía en casa me aprovisionaban para una larga temporada. Pero no pude evitarlo cuando me dijo que aquella colonia le encantaba. Lo dijo después de acercarse a mi cuello para percibir la fragancia que usaba. Confieso que sentí una sensación placentera cuando su nariz olfateó cerca de mi rostro; tan cerca, que me hubiera sido fácil besarla.

Con el pretexto de las compras navideñas, me convertí asiduo cliente. Con mis visitas creció nuestro mutuo conocimiento y llegué a saber el día de su cumpleaños, su película favorita y que le gustaba con locura el chocolate. Sin embargo, mi mayor emoción fue cuando al listarme el nombre de sus poetas preferidos citó el mío y lo acompañó con uno de mis versos. Sonreí. En un gesto de vanidad no reprimida, me señalé con el índice. Ella abrió de par en par aquellos bellos ojos por los que miran los míos.

– ¿No será Ud.?

Nunca una respuesta fue tan ufana. A la mañana siguiente le regalé media docena de mis libros. Por las dedicatorias que me pidió supe su nombre: Esmeralda.

El nombre le hacia justicia. Le conté que en lo más profundo del desierto oriental de Egipto, no muy lejos del Mar Rojo, se encuentran unas minas que fueron explotadas posiblemente hace 3.500 años. En dichas minas se extraía una piedra preciosa de color verde, la cual fue bautizada con el nombre de esmeralda. La mismísima reina Cleopatra llegó a poseer esas minas, pues sentía una especial fascinación por estas gemas.

Esmeralda, muy probablemente, sabía ya la historia, pero pareció emocionarse al escuchar cómo yo la relataba y, al concluir, me obsequió con un casto beso en la mejilla que a mí me supo a gloria.

Los días pasaron acercando un poco más la celebración de la Navidad. Y en Nochebuena tomé una decisión que llevaba días meditando: lanzarme al ruedo sin muleta. Llegué frente a su escaparate, silbando el estribillo del villancico que los altavoces de la calle regalaban a los paseantes.

Me esperé pacientemente a que se vaciara del numeroso público que hacía las últimas compras y entré en la tienda. Ella sonrió al verme, estaba particularmente bella:

– Feliz Navidad – me dijo.
– Feliz Navidad – contesté emocionado.

Acabó de atender a la última clienta y me hizo un gesto con la mano para que esperara. Gesto inútil, pues la hubiese esperado toda la noche si hubiese hecho falta.

– Creí que no se iban nunca. ¿Quiere comprar algún regalo de última hora?
– No, no, hoy he de comentarte algo muy particular – repuse.
– Bien, en sólo diez minutos cierro la tienda.

Paseamos callados por el vecino parque.

– ¿Y eso tan importante de lo que quería hablarme? –dijo.

Saqué fuerzas de flaquezas y le conté mis sueños, mis objetivos inmediatos y futuros… y le pedí que los compartiera conmigo.

Ella me miró sorprendida. Por un momento dudé si iba a besarme o a huir, finalmente me acarició el rostro, con mucha ternura y susurró.

-Eres una persona especial – dijo, tuteándome por vez primera. – Muy especial y te quiero, te admiro… pero no te amo, no puedo amarte.

Traté de preguntarle; pero ella adivinó cual será la cuestión.

– No hay nadie; no obstante, espero que pueda haberlo algún día.

Me besó en la mejilla y se alejó sin mirar atrás, acelerando el paso como si quisiera crear un espacio eterno entre los dos. La nieve empezaba a caer, hermosa pero fría. Los ecos de un coro infantil me recordaron la noche en que estábamos. Un halo de tristeza se metió en mis huesos, como las aguas del naufragio en un velero con el mástil roto.

Regresé a casa, abatido e inmerso en mis pensamientos y sin poder comprender. Era perfecta: mis mismos gustos, apasionados ambos por las mismas lecturas, los mismos espectáculos… por los mismos sueños. No podía entenderlo, coincidíamos en todo, excepto en un par de detalles sin importancia…

A no ser que ella considere esencial el hecho de que todavía no haya cumplido los treinta y yo pase de los ochenta. Los poetas, ella misma me lo dijo, no tienen edad.

FIN

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UN CHISTE PARA PREOCUPAR

DE UNA VIÑETA NORTEAMERICANA

El niño le dice al padre:
– Sabes, tal vez dedique mi carrera profesional al crimen organizado.
El padre le responde:
– ¿En el sector privado o en el público?
El niño duda y el padre prosigue:
Personalmente te sugiero el Gobierno , esos nunca van a la cárcel.

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