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…Y el mundo no se acabó

…Y el mundo no se acabó

No, no se acabó el mundo. Ni siquiera unas sacudidas de advertencia. Los polos magnéticos se mantuvieron firmes y los meteoritos pasaron de largo como no dando importancia a este planeta azul.

No quiero imaginar la vuelta a casa de todos aquellos que, creyendo en la apocalipsis final, se habían refugiado en lejanas alturas y en templos de distintas confesiones. Volver con la frente marchita sin tan siquiera un buen tsunami que relatar, después de haber dejado la hipoteca sin pagar y al televisión encendida, tiene que ser bastante jodido.

Y no es que les faltara razón a los mayas. Ellos advertían de ciclos de vida y momentos catastróficos que les permitían predecir cosechas, cambios en la naturaleza; incluso la llegada de los dioses. ¡Y vaya dioses! Sin embargo, acertaron.

El momento actual esta pergeñado de multitud de signos que advierten de una profunda metamorfosis en nuestra vida planetaria. Dejo al margen los cambios naturales – que los hay, y muchos – y que por fortuna nuestro planeta maneja como puede y pese a todo y a todos, va controlando. Quiero referirme al cambio universal, a los nuevos conceptos que surgen en la sociedad y que son producto de tantos y tantos siglos de explotaciones y de incapacidades resolutivas.

Estamos manejados y dirigidos por lo peor del género humano. Mi teoría es sencilla: de toda la familia Hominidae, sólo el homo ha podido desarrollar una notable inteligencia y de todas sus especies, el homo sapiens ha sido la única superviviente. Desde el habilis a los neandertal, pasando por el erectus y una docena más de especies, todos se han extinguido; excepto nosotros.

Una serie de casualidades genéticas, biológicas y antropológicas, han llevado a una evolución milagrosa y casi única – ignoramos que habrá más allá de nuestras estrellas -. Multitud de teorías y de procedencias tratan de desarrollar la tesis que justifique tan sorprendente resultado. Somos capaces de sentir; pensar; trasmitir conocimientos; amar, y distinguir lo bueno de lo malo, sólo con ponernos en lugar de los demás. Pero además, nuestro “poder creativo” nos ha conducido a dominar las más excelsas artes. Todo esto es difícilmente irrepetible, pese a los millones y millones de ignotos planetas que, tal vez, han podido desarrollar civilizaciones parecidas. Y sin embargo, seguimos siendo aquella raza ignorante y agresiva, capaz de quedarse sola antes que compartir territorio y suerte.

Paradigma de todo esto es la situación actual: los más belicosos, los menos solidarios, los más canallas… y, paradójicamente, menos numerosos, son los que perpetúan la escoria que quedó en nuestros cerebros durante la evolución. Sólo así se comprende que destrocen nuestros recursos, provoquen guerras, diferencias sociales, hambre y desesperación. Son los gorilas de cuello duro y corbata, las quinientas familias opulentas de esa tierra que no es suya, la creme de la creme de una sociedad decadente; los representantes del capitalismo asesino.

Son los de siempre, aquellos que nos echaban del árbol. Los que les gusta revolcarse en sus excrementos, mostrando su culo grande y pelado. Los que asolaron las riquezas de África y ahora permiten su inanición, los que crearon sus fortunas explotando América y ahora, encima, les piden interés por la deuda, los mismos que manejan los asuntos asiáticos como les conviene; los otros.

Por eso no debemos temer al Apocalipsis. ¡Lo hemos padecido tantos siglos que ya no nos da miedo! Ellos son la maldición, los que sobran en la evolución definitiva del hombre; los que no caben en este maltratado planeta. Por eso temen los augurios y los cambios, sus resecas pieles no soportaran un planeta sin poderosos, sin reyes, sin dioses. Y se extinguirán.

Mientras eso ocurre, permitidme desearos un feliz y libre año 2013.