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El abogado del diablo se ha jubilado

El abogado del diablo se ha jubilado

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En el organigrama de la Iglesia Católica está prevista una singular figura, la del abogado del diablo. Se trata de un funcionario eclesiástico – por supuesto sacerdote- que conocedor de las reglas de la Sagrada Institución y sabedor de las debilidades humanas, trata de buscar pruebas en los procesos de beatificación – camino previo a la santidad – que el Vaticano promueve con las figuras que a priori pueden merecer tan importante dignidad.

El escritor australiano Morris West, fallecido en 1999, noveló esta figura  en su relato homónimo “El abogado del diablo”. En él cuenta los esfuerzos de tal personaje en la búsqueda de datos y pistas que puedan demostrar, no las virtudes si no las imperfecciones de un oficial que durante la Segunda Guerra mundial combate y muere en la Italia ocupada por los alemanes y a quien las gentes del pueblo le atribuyen algunos milagros.
En la práctica, esta es la “misión” de tales esforzados varones: buscar en la vida del candidato o candidata a la santidad, defectos y motivos que no correspondan al intachable proceder y curriculum que deben acompañar a los merecedores de altares. De ahí el curioso nombre, como su obligación es demostrar los desmerecimientos del postulante, actúan – sin desearlo – como representantes del diablo, enemigo acérrimo de las nuevas santidades y de las vidas ejemplares que jamás sucumbieron a sus tentaciones.
Sin embargo, en estos últimos años, parece ser que el empleo secular  que nos ocupa ha venido a menos o sus titulares se han acogido a una merecida jubilación. De un tiempo a esta parte se suceden multitud de beatificaciones, como si el Vaticano tuviese prisa por poblar de santas y de santos los altares de las iglesias antes de que una nueva promoción de abogados del artero se haga cargo del asunto.

Nos costó – a algunos – aceptar la llegada a la santidad de Monseñor Escrivá de Balaguer puesto que junto a sus grandes virtudes, que seguramente tuvo, debería haber descubierto el abogado del diablo adjunto a la causa, los amigdaloides ocultos de su conocida obra pía el Opus Dei  y el apoyo de sus numerarios al régimen franquista, que tanto daño hizo a los limpios de espíritu. No era tan difícil, con leer la composición de algunos Consejos de Ministros del dictador o los Consejos de Administración de importantes firmas,  podía haberse hecho una idea exacta de la “obra” del de Barbastro.

Eugenio María Giovanni Pacelli nacido en Roma el 2 de marzo de 1876, más conocido por PioXII, era un personaje pequeño de estatura, delgado y ascético que en abril de 1917 fue elegido como Nuncio de Baviera – cuna del nazismo – en 1920 fue nombrado primer Nuncio de la nueva República Alemana (la llamada República de Weimar), permaneció en Berlín 13 años y allí se forjó su admiración por el nuevo orden alemán, negoció el Concordato de Baviera (1924) y el de Prusia (1929).

En 1939 sucedió a PioXI como cabeza de la Iglesia Católica, el destino quiso que asumiera este papel durante la Segunda Guerra mundial. No voy a relatar –por no reabrir controversias – su actuación en aquel momento crucial de la historia; sin embargo, no deben obviarse sus simpatías por el Eje y su “condescendencia” ante el holocausto de los judíos, frente al cual sólo reaccionó tibia y tardíamente frente al  internamiento forzado de los judíos húngaros, callando luego ante su exterminio.

Otro prohombre que está llamado a ser santificado – varias organizaciones propugnan por ello – es Claudio López Bru, segundo marqués de Comillas, gran naviero y católico fervoroso. Su padre, Antonio López y López, escaló, desde la humilde cuna de su ciudad natal, Comillas, los más altos puestos sociales; para ello tuvo que trabajar arduamente en Cuba – por aquel entonces colonia española –, casarse con la hija de su patrón y traficar duramente con esclavos.

Don Claudio fue un empresario tenaz y emprendedor que continuó la labor de su padre frente a la Compañía Trasatlántica, fundador de Acción Católica se le dio fama de buen patrono y mejor patriota. Su compañía naviera era la que trasportaba a los soldados en las guerras coloniales; miles de hombres eran enviados a Cuba,  Filipinas y Marruecos en los buques de la Trasatlántica, en condiciones deplorables – ya ven que lo del Yak 42 tiene precedentes -. Cuando se perdió la guerra contra los Estados Unidos, se acordó por el tratado de París que los norteamericanos pagarían – a buen precio – la repatriación de los soldados españoles, la Trasatlántica fue la compañía beneficiada. El regreso en aquellos barcos fue atroz; la comida escaseaba, apenas había asistencia médica y los soldados morían a centenares, tuvimos más bajas en estos viajes que en toda la Guerra Hispano- Americana. La primera propuesta para la canonización del de Comillas fue en 1949 y su promotor un tal Francisco Franco en carta dirigida, precisamente, a su amigo PioXII en 1949.

Puedo imaginarme a numerarios del Opus Dei y a gentes de buena fe, rezando frente al altar de Escrivá de Balaguer y puedo entender que muchos fieles suspiren para que eleven a los altares a S.S. Pio XII alegando que hizo lo que pudo en un momento especialmente difícil de la historia, acepto las intenciones de algunos católicos para elevar a los altares al “marqués humilde de la caridad”- así le llaman -, justificando que una cosa es la piedad y otra la pela. e cuesta admitir, que en un futuro, dediquen un santuario a Isabel I de Castilla, también propuesta para santa. Sólo hay una explicación: los abogados  del diablo se han jubilado.

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El séptimo de caballería

El séptimo de caballería

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De mi última estancia en los Estados Unidos, en los meses de noviembre y diciembre del 2000, conservo un libro de Historia de América. No es un volumen cualquiera, es un libro de texto para estudiantes de High School. Había insistido en encontrar una visión de la nación americana vista por ellos y para ellos; pretendía saber como cuentan su breve periplo por la historia de la humanidad. Me consiguieron la preciada enciclopedia en la biblioteca de la cercana Tomás Alba Edisón Junior H. S., en la Hooper Avenue de Los Ángeles. Estaba ya descatalogada, desechada (“discarded”, como dice un sello en su contraportada), pero para mí ha sido un elemento didáctico de primer orden. En sus páginas no sólo están los hechos que su autor, John A. Garraty, considera más relevantes, también están las anotaciones y los dibujos (abundantes bigotes a las damas y cuernos para los varones), con los que, diez o doce cursos de californianos, ilustraron, sin saberlo, mis ansias de conocerlos mejor.
En un análisis de urgencia hay dos cosas que destacar: primero, la capacidad de autocrítica que tienen los estadounidenses y segundo, su extrema facilidad para crear mitos.
Desde la bandera de las barras y estrellas, presente en cualquier manifestación social y ciudadana, hasta John F.Kennedy, pasando por Marylin, James Dean, El Álamo, Elvis, o el duelo del “OK corral”, todo se magnifica; incluso las desgracias. Uno de esos mitos, vivo a través del tiempo y del celuloide, es el del Séptimo de Caballería.
Fue en julio de 1866, el entonces presidente  Andrew Johnson creó cuatro nuevos regimientos: el 7º,8º,9º y 10º (estos dos últimos, compuestos por soldados de color y oficiales blancos), para completar  la Primera División de Caballería. De todos ellos, el más famoso, sin duda, es el que mandaría alguien ligado a su leyenda: Custer.
Para situarnos en el paradigma de esta historia, conviene hacer un paréntesis y resaltar el hecho de que  Johnson era uno de los pocos sureños que estuvo al lado de la Unión. Tras el asesinato de Lincoln fue elegido Presidente. Buen bebedor de güisqui, mantuvo hacia los esclavos liberados un paternalismo que ocultaba su verdadera actitud despectiva hacia ellos. En el 67, entre otros cargos, por destituir al Secretario de la Guerra, fue objeto de una moción de censura. Un sólo voto le salvó del “impeachment”, aquí acabó su posibilidad de ser leyenda. Según la traducción literal del texto de Garraty, “él fue un pobre presidente”, y añade al pie de su retrato: “Ésta es la arrogancia en la cara de A. Johnson, en el retrato presidencial de Eliphalet F. Andrews”.
La Historia  nos cuenta que el  objetivo de las unidades de caballería era proteger a los colonos que llegaban al Oeste, y preservar las reservas indias de las invasiones de aventureros, cazadores y buscadores de oro. Se trataba de abrir un mundo nuevo para los emigrantes, salvaguardando la cultura y la vida indígena. Desde sus primeras campañas la caballería  demostró que la cultura de las tribus indias les traía sin cuidado.
El Séptimo empezó su organización y entrenamiento en Fuerte Riley. Allí se plantó Custer como su segundo comandante. George Armstrong Custer era  un  indisciplinado oficial de 27 años de edad, amigo de las charreteras, con  fatuas aspiraciones presidenciales por su buen historial militar. Durante la guerra civil en la  batalla de Gettysburg y al frente de la brigada de caballería de Michigan, cargó temerariamente once veces sobre las tropas confederadas; perdió más de la mitad de sus hombres y once de los caballos que montó en aquella jornada; sin embargo, la suerte es de los audaces, consiguió rebasar las líneas enemigas y provocar la retirada sudista. Al final de la guerra, él fue quien recibió la bandera confederada en  Appomatox.
Desde Fuerte Riley, Custer, andaba alternando sus ataques a los Cheyenes con un par de consejos de guerra por los malos tratos que daba a sus hombres. Le sancionaron con un año de suspensión.   Cuando se reincorporó  condujo al regimiento a la “victoria” en la “Batalla del río Washita”. Las tropas del Séptimo arrasaron el campamento del jefe indio Black Kettle, a orillas del Washita, matando a  ciento tres personas, de las que más de noventa eran mujeres, niños y ancianos. A partir de entonces los Cheyene apodaron a Custer “asesino de squaws”.
A ese atropello, siguieron las expediciones al valle de Yellowstone o la de las Montañas Negras, propiedad de los indios, y, donde los rumores de la existencia de oro llevaron a cientos de mineros y aventureros a adentrarse en ellas.
No voy a aburrirles contándoles más “brillantes” campañas, hasta llegar al mitificado, novelado y profusamente filmado desastre de Little Bighorn en el 76. La desobediencia de Custer, que no esperó al grueso de las tropas e hizo puñetero caso de sus superiores, llevó, en menos de media hora, a la muerte y a un rape total, a doscientos sesenta y cuatro componentes del Séptimo, incluido Custer, a manos de los guerreros sioux y cheyenes, comandados por Sitting Bull (Tatanka- Iyotanka) y  Caballo Loco. La leyenda estaba servida.
Catorce años más tarde, el ya mítico regimiento, tomó cumplida venganza.  Un cretino llamado Forsyth, al mando de 500 hombres y con el apoyo de cuatro cañones de tiro rápido Hotchkiss, llega al campamento sioux lakota en Wounded Knee.  Conmina a Pie Grande, que estaba gravemente enfermo, a entregar unas armas  que se suponía escondían los indios en sus tiendas. Los guerreros van depositando sus viejos y obsoletos rifles a los pies de los soldados. El coronel cree que le están engañando y exige un armamento que los sioux no tienen, a alguien se le escapa un disparo y el nerviosismo hace el resto; los soldados fusilan a discreción, los primeros en caer bajo el “fuego amigo” son sus propios compañeros que tenían rodeado a Pie Grande.  ¿A que todo esto les suena?  La masacré es tremenda, mueren cerca de cien guerreros y más de doscientas mujeres y niños; luego se comprueba que los indios no tenían las armas buscadas. Forsyth fue sometido a consejo de guerra, y,  con un veredicto más que discutible, declarado no culpable. Aquí no hay leyenda, sólo vergüenza.
En la guerra Hispano- Americana del 89,  los regimientos de la Primera División de Caballería se enfrentaron en Santiago de Cuba a las tropas españolas. Aunque en el libro de la Tomas A. Edison y en otros textos, se prima la figura de los “Rouge Riders” y de su comandante, el más tarde presidente Teodoro Roosvelt, lo cierto es que en la batalla del “El Caney” y en la de la “Colina de San Juan”, el peso del ataque lo llevaron es 9º y el 10º de caballería, a pie – aquellas dos unidades de soldados negros –.  De nuevo aquí surge el mito y la leyenda: Los “duros jinetes” de Teddy Roosvelt, muy blancos ellos, subiendo por la colina, detrás de su comandante con el sable en mano  gritando: ¡Recordad al Maine!
Parece ser, lo afirma el escritor estadounidense Donald Barr Chidsey en su libro La guerra Hispano- Americana, que una vez la colina de San Juan estaba conquistada, apareció don Teodoro con sus imprescindibles gafas, jadeando y sudoroso. Sin embargo los periodistas se encargaron de difundir otra historia. ¿Y el Séptimo? El regimiento quedó en la Isla para reprimir a los cubanos que habían creído en la libertad. Su acción más noble y significativa fue la que realizaron los sargentos Kelly y Vondrak el 20 de mayo de 1902, al arriar la bandera estadounidense del Palacio de los Capitanes Generales de La Habana y enarbolar la cubana.
Cuando la caballería dejó de ser útil como fuerza de choque, muchas unidades, entre ellas el Séptimo, fueron reconvertidas y dotadas de carros de combate. Aparece el regimiento en las dos guerras mundiales,  en la de Corea y posteriormente en la del Vietnam, ya con unidades de helicópteros de ataque. Aquí renace el mito, en el primer combate importante en el que se enfrentaron fuerzas norteamericanas y vietnamitas en noviembre de 1965,  fue en el  valle de Ia Drang. El entonces coronel  Harold Moore recibe una  escueta y significativa orden de sus superiores: “Encuentre y mate al enemigo”.
Durante tres días, el Séptimo, derrochó valor en el llamado Valle de la Muerte. Un periodista presente en la batalla, Joe Galloway, lo relata en la novela de la que es coautor junto con el propio general Moore: Cuando éramos soldados… y jóvenes. Lo malo es que  aquí no terminó la actuación de la caballería aerotransportada en el país asiático; y eso lo cuenta Coppola en una gran película: Apocalypsis Now.
Y recientemente en la terrible, absurda, petroleada e interesada guerra de Irak, volvió reaparecer la caballería. El capitán Wolford del regimiento A. 4-64,  comandante del maldito tanque que asesinó a José Couso, escudándose tras las órdenes recibidas, afirmó: yo soy el tipo que mató a los periodistas. Así de sencillo, así de duro. ¡Qué poco valor se le da a la vida humana!
Nos duele la indeferencia de los vencedores por los vencidos, su absoluta negligencia para proteger  los hospitales,  los museos,  las bibliotecas; el desprecio por las culturas, sea la Indoamericana o la Mesopotámica. Matar, arrasar, conquistar, controlar: ese es el mandato.
No queremos leyendas a ese precio ¡Qué se las guarden!  Mientras tanto suena una lejana trompeta. ¡Ojalá no sea la del Séptimo de Caballería!

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El siglo del claroscuro

El siglo del claroscuro

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Un genial escritor cubano, Alejo Carpenter, elogió al siglo XVIII, y así tituló su famosa novela: El siglo de las luces. Fue el siglo de la Ilustración, del despertar de la  investigación científica y de la apasionada búsqueda de las civilizaciones pretéritas. El siglo de la Enciclopedia de  Diderot y D’Alembert; el de la apertura de la mente  y de la razón, el de las grandes revoluciones. Un gran paso para la Humanidad.

Al XIX, el siglo romántico, le tocó el despertar de la conciencia proletaria, fue el de los cambios sociales, el de las libertades y el de los inventos. Un impulso.

El siglo XX fue la centuria de las dos guerras europeas, de la era Atómica, del consumo convulsivo, de la producción en cadena; del increíble e imparable avance tecnológico y el de la contaminación. Fue el de la comunicación, y el de la soledad  multitudinaria, el siglo de la globalización. Un gran salto del que todavía no hemos tocado suelo y  no sabemos, a ciencia cierta, como será el golpe.
Para el siglo XXI, los expertos en sociología y salud han acuñado para  un terrible nombre: El siglo de las enfermedades mentales.

Son tan complicados los recovecos de la mente humana, que harían falta un montón de psiquiatras para  mostrarnos la punta del iceberg de lo que ocurre en los laberintos cerebrales de los ciudadanos de este nuevo siglo. Sin embargo, este osado articulista, se atreve hacer su comentario; no como entendido, sí, como observador. Por tanto, no busquen  en estas líneas un contenido científico, sólo pretendo contarles mi punto de vista sobre un tema tan familiar y tan inadvertido por la mayoría, como el peinado, la forma de la nariz o el tamaño de las orejas de las gentes con quien más nos relacionamos y a quienes creemos conocer muy bien.

Presumo que, el duende del cerebro, es un hombrecillo que enciende hogueras en los estadios de la mente y las apaga a su antojo, inventando claroscuros que abarcan  desde la brillantez de la genialidad a la oscuridad de la locura. Que encierra al creativo pájaro  de la razón y de la idea, en la jaula del desconcierto y del olvido.

Y nadie está exento de los caprichos de ese duende. No depende de las condiciones sociales, ni de los privilegios, ni de las  capacidades intelectuales, ni de las creencias; ni tan siquiera, los que se creen dioses, están a salvo. En todos los tiempos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, el maldito hombrecillo puede congelar las neuronas más brillantes con el gélido soplo del trastorno y la demencia.

Nada nuevo bajo el sol, del devenir de la Historia nos queda constancia de multitud de personajes de fama universal heridos por el rayo de la enajenación.
Los indios americanos tenían un especial respeto por los seres faltos del sentido de la razón, eran cuidados por la tribu y respetados en su condición, incluso se les suponía en contacto con los dioses; sin embargo, jamás se les daba ningún tipo de responsabilidad. En Europa, vieja y piramidal, o les condenábamos al ostracismo o les llamábamos genios,  incluso les hacíamos jefes de estado o de gobierno; dependía de la oportunidad, del momento y de  la cuna.

Varios emperadores romanos fueron enajenados mentales, muchos santos eran esquizoides y algunos papas – válgame el cielo – ególatras. Al último Austria, Carlos II, le llamaron el hechizado, por sus rarezas y sus melancolías. El primer Borbón, Felipe V, murió  envuelto en sus propios excrementos, después de varios años de dejación de sus deberes de gobernante, y sin atender la más mínima higiene personal. Carlos IV, según su propio padre Carlos III, era un imbécil, y  dependiendo de la ocasión, servil y colérico hasta el extremo; por fortuna, – lo cuenta el confesor de su esposa, la promiscua reina María Luisa- ninguno de los numerosos hijos que apellidó era suyo. Su sucesor Fernando VII – el peor Borbón que hemos tenido – era un psicópata sanguinario, solamente viril con criadas y prostitutas. En Inglaterra, George III, llamado el rey loco, no sólo perdió las colonias americanas, también perdió la razón debido a una extraña enfermedad hepática: la Porfiria, un fatal contubernio de enzimas hepáticas y de neuronas que se apagan.

El rey loco de Babiera, Luis II, se suicidó en el lago Stanberg, junto a su médico personal, y no fue por la incierta leyenda de amor  imposible por su prima la emperatriz Elisabeth – Sissi, para los cinéfilos -.  Y hablando de la emperatriz austriaca, conviene recordar la obsesión  constante por su hermoso pelo, que mandaba lavar casi a diario y cuya  operación de secado se prolongaba entre cuatro y cinco horas. Fue una esposa protocolariamente permisiva con los devaneos del emperador Francisco José, muy desgraciada y  tremendamente depresiva; murió en Ginebra a manos de un demente que le clavo un estilete. Su hijo Rudolf, heredero del imperio austrohúngaro, también enloqueció y se quitó la vida. José Napoleón III, sobrino nieto del Gran Corso, gran   mitómano, fue, probablemente, el primer enfermo mental que creyó ser Napoleón.

Lamento no saber diagnosticar el nombre de las demencias  de Adolfo Hitler o Benito Musolini,  multitud de autores coinciden en que sus gestos y actitudes  delataban graves desarreglos mentales, que hubiesen precisado una gran dedicación siquiátrica. Eran tan fuertes sus psicópatas personalidades que contagiaron a gran parte de sus pueblos con su locura. Pero, ¿quién era capaz de gritar que el rey andaba desnudo?  El fanatismo, en todas sus versiones, incluida la religiosa, y la intolerancia son desarreglos mentales comparables al cretinismo y a la idiocia.

Sin embargo, nada comparado con lo que nos depara este siglo. Nada imaginable como el próximo futuro. Meditemos sobre las soledades  de la aldea global. Las cuantiosas horas de navegación por un espacio de silicio y ventanas digitales, bajo el claroscuro de los monitores, sin reparar que la luna brilla en lo alto. Solos.

Observemos los continuos inputs de la violencia: enlatada en los CD, en las pantallas de televisión; en los videojuegos de asesinos a sueldo y de comandos sangrientos; en los juegos de rol donde se confunde la realidad virtual con la de la razón. Sin conversaciones, sin partidas de  parchís, sin paseos con los amigos, sin compartir. Solos. Sin saber que podemos apagar el televisor y cerrar las bocazas de los violentos, de los histriónicos, de los oportunistas y de los mequetrefes. Sin comprender que otro mundo es posible.

“Era un excelente vecino”, dicen del tipo que ha disparado contra la multitud. “Un chico tímido y correcto”opinan del joven que ha asesinado a una docena de compañeros de facultad. “Le teníamos por un buen padre”comentan del parricida. “No le habíamos notado nada especial”, declaran del psicópata que ha violado a seis mujeres, sus compañeros de trabajo. “Era una pareja como todas”, aseguran los encuestados sobre el enésimo maltratador y de su victima a la que acaba de matar a martillazos.

Era el vecino, el amigo, el amante; el tipo que vemos todos los días en el autobús, cualquiera. O ese ser querido al que le llega su invierno con la negra carga  de olvidos y vacíos; de claroscuros. Alguien que  no pudo hacer el esfuerzo para enfrentarse a sus debilidades o al  imaginario enano ladino que fagocita  neuronas. Es alguien como nosotros que, probablemente, nos esté pidiendo ayuda.

No será la neumonía atípica, ni la tuberculosis del diecinueve – aunque exista un rebrote -, ni el cáncer, ni el sida del veinte; ni siquiera el temido ébola o la fantasiosa gripe A. La enfermedad del siglo XXI será la de la mente.

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Himnos

Himnos

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El himno era, entre los gentiles, una composición poética en loor de dioses y héroes. Más tarde, mutaron en creaciones musicales para liturgia, para terminar en partituras patrióticas, de círculo, de grupo o de camarillas. Victorias, sucesos heroicos, adhesiones, incluso derrotas, han sido algunos de los motivos para desgranar unos versos con los que concienciar, solidarizar y emocionar. Las naciones, las ideas y las agrupaciones de todo tipo los han puesto a su servicio.
Si obviamos las loas religiosas y nos limitamos a lo meramente terrenal, incluidos reyes y patrias, no aparecen estos himnos de forma generalizada hasta entrado el siglo XVII y alcanzan su máximo esplendor durante el XIX con la independencia de las colonias europeas y el nacimiento de grupos asociativos y plurales.
Escuchándolos, podemos entender muchas de las inquietudes de los seres humanos a lo largo de su Historia, y de sus curiosidades. Por ejemplo, el himno holandés el “Wilhelmus”(uno de los más veteranos, data de 1626) está dedicado a Guillermo de Orange –Nassau y en sus estrofas se menciona, todavía hoy, al rey de España. “Els Segadors”, himno oficial de Catalunya, recuerda el 7 de junio la fecha del “Corpus de Sangre”, cuando en 1640 se levantaron los catalanes contra Felipe IV, el penúltimo Austria y nada tiene que ver, salvo en el contenido de su llamamiento patriótico, con las posteriores barrabasadas del primer Borbón, Felipe V. Y siguiendo con curiosidades: ¿Sabían que el de la India tiene música y letra de Rabindranath Tagore? Señor del pueblo, de la sociedad y de la mente, es su sugerente título.
El de Aragón, que pudo haber sido una reivindicativa canción de Labordeta o el hermoso canto de “Los Labradores”, quedó en un difícil preludio zarzuelero, que casi nadie conoce y canta; por el contrario, el de Asturias es una archí conocidísima tonadilla, que se puede escuchar a las tantas de la madrugada en cualquier rincón de España. Incluso se la vemos tararear al Príncipe de Asurias.
El himno nacional de Alemania todavía exige que su patria reine sobre todas las cosas y, al margen del Good Save the Queen, hay otro himno inglés que asegura que Britania es la que impone sus reglas al mundo. El nacional americano afirma que el mismísimo Dios está con ellos; el francés, la conocida Marsellesa de 1792, llama a sus soldados a levantar sus banderas sangrantes contra la tiranía; y el de España, bueno, el español, es una marcha granadera de 1769 para protocolo a quién un dictador puso una letra facinerosa y que la democracia no ha querido dotar de unos versos que permitan cantarlo.
Todos los himnos nacionales de los países latinoamericanos tienen el nexo común de la libertad. Los hay de letras extensísimas como el argentino: Oid inmortales, el grito sagrado libertad, es su título; y otros de pocos versos como el Cubano, pero de igual intensidad: “No temáis una muerte gloriosa, que morir por la patria es vivir”, dice.
Los hay con títulos grandilocuentes y otros poéticos, por ejemplo el checo: ¿Dónde está mi hogar? El eslovaco no le va a la zaga: El rayo sobre las montañas. Los hay aguerridos como el mexicano: “Mexicanos al grito de guerra, el acero aprestad y el bridón” – la última acepción se refiere al caballo brioso y arrogante -; y los hay que son como una declaración de amor: Sí, amamos este país, dice el noruego.
Luego están los de los clubes deportivos, las universidades, las asociaciones diversas, los grupos de amigos, las peñas, los centros recreativos y culturales, etc., etc. Todos ellos se pueden simplificar y resumir en una sola frase: Somos los mejores y lo seguiremos siendo.
La semana pasada durante un viaje a Madrid tomé un taxi en Atocha; en el trayecto el taxista andaba tarareando el himno del Barça, a mi interpelación de extrañeza respondió: “Es un bonito himno, pero no se equivoque” dijo, mostrándome su carné de socio del Real.
Al margen de la belleza de la simbología y de los versos de todos estos himnos; al margen de su calidad musical; al margen del respeto que me deben como manifestación sentimental y cultural, me aterroriza el componente común de exclusividad, maniqueísmo y prepotencia. Por tanto, yo elijo subjetivamente.
Prefiero el tipo de himnos que en vez de reclamar fronteras y dominios, sangre y lucha, triunfos y victorias, propongan una idea, un objetivo común para todo el Genero Humano, una forma de vivir y compartir o, simplemente, un deseo.
Podría poner ejemplos que están en la mente de todos; sin embargo, me temo que, cada uno de nosotros, tiene visiones distintas para convertir la tierra en el deseado paraíso. En lo que a mí respecta, mi concepto de país es tan amplio que no cabe en este mundo y el sustantivo de patria, tan relativo, que me cabe en el bolsillo; así siempre va conmigo.
Quiero confesarles que lloré el día en que, en los mítines de los partidos del arco socialista, se sustituyó a La Internacional por una composición (creo recordar que es de Theodorakis), convenientemente maquillada con aires de marketing para productos de gran consumo.
Por eso ahora me inclino por las creaciones que me cuentan de mis gentes y de mi tiempo, son más reales. Seguro que muchos de nosotros hemos reconvertido en himnos, versos de Benedetti o de Miguel Hernández y canciones de Sabina, de Aute o de Joan Manel Serrat.
No, no voy levantarme cada vez que oiga el himno de los cazadores de avestruces, o el de los zapateros renanos, ni voy a ponerme la mano en el pecho cuando escuche el norteamericano; sólo canto lo que mi corazón me pide, me emociona más el coro de mis amigos que el redoblar de tambores. Que los versos y la música son para sentirlos.

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Los cinco elementos

Los cinco elementos

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La teoría de los “cinco elementos” aparece en el tratado más antiguo de la filosofía china y se remonta al segundo milenio antes de la era cristiana: el Hong-Fan.
En él se describen los cinco elementos vitales: el agua, el fuego, el metal, la madera y la tierra. A cada uno de estos elementos corresponden un animal, un planeta, un sabor, una planta, un modo en la escala musical etc., etc. Todo lo que nos rodea se haya bajo la dependencia de alguno de ellos. Los cinco elementos reaccionan uno frente al otro para complementarse o destruirse. Es una clasificación para armonizar la vida y el orden cósmico, complementándose con la acción del yin y el yan: el aspecto oscuro y el luminoso de las cosas, la eterna lucha del bien y del mal.
Sin embargo, para la cultura griega los elementos –según Empédocles de Agrigento- son cuatro: el agua, el aire, el fuego y la tierra. Heredera la educación latina de la griega, hemos adaptado como propios los principios filosóficos de las doctrinas de Pitágoras, Platón o Aristóteles. Abundando precisamente en la teoría aristotélica de la división del mundo en dos grandes ámbitos físicos, y dejando a parte el celeste, el terrestre coincide con la descripción de Empédocles, añadiendo que los diversos fenómenos de toda existencia tienen relación directa con los cuatro elementos y que, éstos, determinan la esencia de las fuerzas de la naturaleza.
Los propios signos zodiacales se corresponden a uno u otro de los cuatro y cada una de las partes del ser humano está relacionada con alguno de ellos. Incluso en la iniciación masónica los grados de purificación se establecen en función de cada uno de los elementos descritos por el filósofo de Agrigento. Todo lo que nos sucede y lo que hacemos está condicionado a la combinación de estos elementos.
Mantenía el bueno de Empédocles, antes de suicidarse lanzándose al cráter del volcán Etna, pretendiendo demostrar que era un dios, que los elementos se unen y separan guiados por dos fuerzas imposibles de parar: el Amor y el Odio. La evolución del ser humano –y del mundo- se repite cíclica y eternamente, al principio con la acción del amor y luego con la del odio y así sucesivamente. Teoría que enlaza con pitagórica de las reencarnaciones: El alma debe evolucionar hasta quedar purificada y volver a su origen divino.
Sea como fuere, tengan razón los chinos o los filósofos griegos, entiendo que a la lista de los elementos habría que añadirles uno fundamental, tan físico y esencial como cualquiera de los otros: el factor humano; el quinto elemento.
Las manifestaciones de estos elementos, de estas fuerzas, deben tener un ente capaz de asimilar tales combinaciones, un receptáculo donde se libre la lucha del bien y el mal. Sin embargo si ese lugar del eterno combate es un ser humano –cualquiera de nosotros- nuestra esencia se mantendrá y por tanto nuestras reacciones como individuos tendrán mucho que decir sobre los designios celestes y terrenos.
Dicho de una forma más clara y menos filosófica: las condiciones físicas, educacionales, ideológicas, dogmáticas, cosmológicas y esotéricas, influyen en el individuo pero no deben de ser determinantes. Nuestro libre albedrío está por encima de todas las posibles sugestiones, somos el más poderoso de los elementos. El amor y el odio pueden ser un principio y fin cíclicos, un combate entre lo bueno y lo malo; sin embargo, siempre dependerán de nosotros mismos.
Todos poseemos la capacidad para amar y para odiar, es sustancial en la condición humana. El género humano no busca razones para amar; ama y se entrega con generosidad, aunque los astros y los dioses no le sean propicios. Pero, en cambio, hallará excusas para ser un lobo para otros seres humanos. Siempre tendrá un acto de justicia que realizar, una venganza pendiente, un dios a quien inmolarse, unas razones para el odio. Son justificaciones al viento y pretextos para lo inaceptable. ¿Cómo puede acumularse tanto inquina para realizar un asesinato indiscriminado? ¿Qué maldito dios pide sacrificar inocentes? ¿Qué ideario exige la muerte de la gente corriente? ¿Qué venganza clama contra el común de los mortales?
Un sinfín de ideologías han regido la historia de la Humanidad, todas han aportado algo –unas más que otras-, todas han tratado de transformar la sociedad y buscar un mundo mejor, a la medida de sus intereses, y todas, sin excepción, han tenido seguidores, apóstoles e ideólogos para sustentarlas. Han encontrado su mejor caldo de cultivo entre las gentes que pretendían mejorar sus vidas, gentes que entendían que aquella podía ser la panacea, la solución buscada y la revolución definitiva. Sin embargo, casi todos los pensamientos han contado también con sus fanáticos, sus intolerantes, sus santones y sus intransigentes. Son las fuerzas del yin y el yan, las luces y las sombras, la lucha feroz entre convencer e imponer.
Y todas, por desgracia, tienen sus tontos útiles. Son esos seres marcados, según ellos mismos, por el destino, por fuerzas externas y extraordinarias que los convierten en brazos ejecutores de las consignas de otros. Son los que no piensan, los que se dejan guiar por los doctrinarios de salón o de refugio, por los señores de la guerra, por los emperadores, por los oráculos y los profetas.
Son gentes dispuestas al sacrificio a cambio de promesas de paraísos terrenales o celestiales. Que no vacilan en matar al prójimo sea su vecino, su amigo o su colega. La causa lo vale todo. Ellos jamás verán la paz, jamás serán nadie después de la revolución, jamás se sientan en la mesa del armisticio. Serán los otros: los ideólogos que representan la tierra; los militares que simbolizan el fuego; los políticos que semejan a las aguas y los teólogos vicarios del aire, los cuatro elementos que combinados pueden cambiarlo todo, consiguiendo lo mejor, pero también lo peor. Los ejecutores y sus víctimas sólo son el factor humano, el quinto elemento. En ellos la fortaleza del libre albedrío se ha visto sometida y doblegada, han sido manipulados, utilizados y sacrificados; los otros elementos han tejido y han dictado su destino, a pleno capricho.

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Aguas escasas y turbulentas

Aguas escasas y turbulentas

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En los años 50 y durante tres décadas, los habitantes de este planeta hermoso y azul creían, a pies juntillas, que todo terminaría con un holocausto atómico. Algunas crisis políticas, la guerra fría que mantenían los dos bloques antagónicos y la proliferación de armas de destrucción masiva, así lo hacían prever. A partir de los 80, superados los miedos y las tensiones, la sociedad empezó a imaginar otro fin para nuestro mundo; tan horroroso como en las pesadillas de las generaciones anteriores, pero mucho más real: la desertización del planeta.

Las fotografías que un pequeño robot nos envía desde Marte alertan sobre un tremendo futuro. Los científicos se esfuerzan por encontrar, entre los ocres y rojizos tonos de las rocas marcianas, una sombra de color marino que les confirme que en el planeta rojo hubo una vez el vital elemento del que estamos compuestos.
Encontrar agua entre las arenas del desierto marciano, puede significar que una vez hubo vida y confirmar que, sin ella, todo muere.

En nuestro planeta contemplamos tan desolado paisaje como un cuento de ciencia-ficción y sin embargo, nuestro porvenir podría llegar a ser el mismo. El gesto cotidiano de abrir un grifo y dejar que corra el agua es tan normal, que apenas pensamos que los recursos hídricos son limitados y que pueden tener fin.
Según el PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) la cantidad de agua en la Tierra cambia muy poco, año, tras año. Si bien es cierto que el agua cubre el 75% de la superficie terrestre, el 97,5 % es agua salada. La dulce (2,5 %) está en un 74% durmiendo en los casquetes polares y en los glaciares. La mayor parte del resto se encuentra en las profundidades de la tierra o encapsulada en forma de humedad. Tan solo el 0,3 %del agua dulce del mundo se encuentra en ríos y lagos.
La población mundial se ha triplicado durante el siglo XX y sin embargo, el consumo de agua se ha sextuplicado. Es muy posible que, dentro de 25 años, la mitad de la población mundial tenga dificultades para encontrar agua dulce en cantidades suficientes para el consumo, la higiene y el riego.
En la inauguración de la VI Convención de Lucha contra la Desertificación, que se celebró en La Habana el pasado 25 agosto hasta el 5 de septiembre, el presidente de la Asamblea Nacional de Cuba, Ricardo Alarcón de Quesada, dijo: “Los datos y cifras de agencias internacionales son irrebatibles: de continuar las tendencias en la explotación indiscriminada de recursos naturales, el mundo se encamina hacia una catástrofe ecológica de proporciones globales, a la cual no escaparán ni ricos, ni pobres”.
Si no nos mentalizamos y aplicamos soluciones de inmediato estamos condenados a que la disponibilidad por habitante y año, en el horizonte de 2025, sea de 4.800 m3, cuando en la actualidad es de 6.800 m3. Lo más grave es que este cálculo se basa en un volumen mundial de agua disponible teórico: la totalidad del agua de los ríos, disminuida por efecto de evaporación y las infiltraciones. Pero no toma en consideración las cantidades mínimas de agua indispensables para mantener vivos los sistemas acuáticos, las cada vez más difíciles condiciones de saneamiento y acceso de las aguas y, lo más importante: la distribución desigual de los recursos hidráulicos.
La situación de cada una de las regiones del globo con escasez del preciado elemento es de alerta en el mejor de los casos y de catástrofe en muchas de ellas. BBC Mundo, en su página web, presenta un mapa de esas zonas donde el agua es motivo de preocupación. Ningún continente está fuera de peligro.
La sobreexplotación de los recursos y las predicciones de cambios climáticos amenazan con trastornos hidrológicos – inundaciones, sequías y alteraciones de los ecosistemas – que podrían llevar a la desecación de las zonas húmedas, el agotamiento de las capas freáticas, su salinización en las zonas costeras e inevitablemente a la temida desertización.
Ya en 1992, la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro alertó al mundo de estos peligros y de la importancia del agua en el programa de desarrollo internacional. Durante las jornadas se evaluaron los recursos hídricos mundiales, que pusieron de manifiesto su preocupante escasez. Sin embargo y por los motivos ya expuestos, la demanda no cesa de aumentar. Ocho años después, con sede en la UNESCO, se creó el Programa Mundial de Evaluación de Recursos Hídricos (WWAP) que avalaron 23 organizaciones de las Naciones Unidas y que trata de encontrar enfoques y soluciones sostenibles.
Uno de los objetivos puestos en marcha por la WWAP es el de evitar conflictos internacionales y hallar formas de cooperación. Precisamente, el nombre de su nuevo proyecto es: Del Conflicto Potencial a la Cooperación Potencial (CPCP). Estudios y actividades se centrarán en la búsqueda de soluciones compartidas para los recursos hídricos transfronterizos. Hay que tener en cuenta que la mayor parte de las 261 cuencas fluviales del planeta, están compartidas por distintos países. Un total de 145 estados tienen aguas potables comunes entre sí. Sería muy largo relatar cuanta sangre se ha vertido por la defensa y el control del agua.
La escasez de agua dulce sigue propiciando conflictos en muchas regiones. En la cuenca del Jordán, Israel, Cisjordania, y la Franja de Gaza conforman una zona de múltiples enfrentamientos. Un informe conjunto de la Academia de Ciencias y Humanidades de Israel, la Academia Palestina de Ciencia y Tecnología, la Real Sociedad Científica de Jordania y el Consejo Nacional de Investigación de Estados Unidos sostiene que las partes oriental y meridional de la región, reciben de 50 a 250 milímetros de lluvia por año. La lluvia más abundante, 1.000 milímetros, cae en una pequeña área de altiplanicies en la sección noroccidental. Las pautas nacionalistas de consumo de agua y las reclamaciones territoriales, complican la competencia regional por los recursos de agua dulce.
Según un estudio de las Naciones Unidas titulado “Evaluación General de los Recursos de Agua Dulce del Mundo”, si continúan las actuales tasas de crecimiento poblacional y desarrollo agrícola e industrial, dentro de los próximos 20 años se necesitará toda el agua dulce de Israel y Jordania sólo para cubrir sus demandas de agua potable. Las necesidades agrícolas recibirán agua reciclada y la industria se abastecerá de agua de mar costosamente desalada.
Pero no está el problema sólo en las zonas áridas y semiáridas del globo. En América Latina y Caribe, zonas generalmente húmedas, las precipitaciones promedio en la región son 60% mayores que en el resto del mundo y poseen grandes recursos de agua dulce en lagos y ríos. Sin embargo el 20% de sus habitantes no tienen acceso al agua potable y otro 30% carecen de un sistema apropiado de saneamiento. Sólo el 3% del agua que escurre es utilizada de alguna manera, y sólo el 8% de estos escurrimientos es utilizado como potencial hidroeléctrico. Existen importantes recursos hídricos subterráneos en todo el continente, pero la mayor parte se desconocen.
A toda esta situación hay que añadir las corrupciones y concesiones ilícitas de este medio vital; las políticas de desarrollo no sostenible, sobreexplotaciones y privatizaciones interesadas.
La compañía estadounidense Bechtel, de infausto recuerdo, obtuvo en Cochabamba (Bolivia) una concesión por 40 años, del sistema de agua de la ciudad. Las tarifas aplicadas por la Betchel Corporation, superaban, en muchos casos, el 20% de los sueldos de los usuarios. La situación provocó la protesta airada de los ciudadanos con manifestaciones multitudinarias; la respuesta y represión del gobierno boliviano ocasionó más de 100 heridos y la muerte de un joven de diecisiete años. En abril del 2000, la Bechtel tuvo que abandonar Bolivia. La política de privatización que impulsa la compañía norteamericana, ha desestabilizado a comunidades locales en otras partes del mundo. Su contrato de 680 millones de dólares para la “reconstrucción” de Irak, incluye – pero no está limitado – a “los sistemas municipales de agua y alcantarillado, las principales infraestructuras de irrigación y el dragado, reparación y mejoramiento del puerto marítimo de Umn Qasar.
A pesar de todo es posible la esperanza. Desde muchas organizaciones – algunas han sido citadas – se pretende impulsar proyectos e ideas para hacerle un regate al futuro imperfecto. Entre otros, conviene destacar algunos ejemplos:
Conservar los humedales, que son mecanismos de tratamiento de aguas extremadamente eficientes, ya que absorben las sustancias químicas y filtran los contaminantes y sedimentos. Para ello hay que batallar duramente contra el hormigón, ya que la mitad de los humedales del mundo han desaparecido a causa de la urbanización y el desarrollo industrial. Respetar los recursos subterráneos, resolviendo los problemas de la intrusión de agua salada en los acuíferos. Controlar la contaminación agrícola, urbana e industrial.
Salvaguardar los ecosistemas acuáticos, teniendo en cuenta su biodiversidad, su capacidad de evolucionar en función de los cambios climáticos y del propio impacto de los seres humanos. Planes especiales para los deltas y estuarios.
Ordenar los recursos mediante desarrollos sostenibles, evitando la especulación y la prevaricación de los intereses políticos. Exigir una mejor gestión de los bienes hídricos, incluyendo las tierras en que desaguan y drenan. Enfoques ecosistémicos: políticas de ordenación en las que se tengan en cuenta los equilibrios entre los componentes físicos y los bióticos de las cuencas.

Todo esto implica un conocimiento completo del ciclo del agua, que incluye la precipitación, la absorción, el escurrimiento, la evapotranspiración y la filtración. No sólo velar por la utilización y distribución eficiente del recurso, también salvaguardar la cuenca de captación y las aguas subterráneas – antes del consumo – y posteriormente, el tratamiento y eliminación de las aguas de desecho (después del consumo). La revolución azul debe ser una prioridad para los gobiernos y un proyecto de la Humanidad.
En una reciente entrevista, Pedro Arrojo, presidente de la Fundación Nueva Cultura del Agua, decía: “ Igual que ahora miramos un bosque y sabemos que es mucho más que un almacén de madera, la Nueva Cultura del Agua invita a mirar los ríos y entender que son mucho más que canales de H2O. Es entender que un ecosistema, además de agua que puede usarse para producir, es paisaje, identidad territorial, identidad de los colectivos y comunidades sociales, valores lúdicos y culturales, valores de vida… Y que a través de los ríos se articula vida en el continente y en los mares. Los ríos no se pierden en el mar”.
El pasado 16 de febrero saltaba la noticia de que la alcaldesa de Atenas, Dora Bakoyiannis, manifestaba su preocupación ante el riesgo de escasez de agua en la capital durante los próximos Juegos Olímpicos de agosto. La ciudad, que había soportado algunas nevadas durante la semana, se quedó sin agua el sábado porque buena parte de sus habitantes hicieron circular agua caliente permanentemente para evitar el estallido de sus tuberías por congelamiento.
Es de desear que si algún día nos visita un pequeño ser artificial de otra galaxia en vez de tierras áridas y rocas ocres, encuentre ríos y lagos transparentes; significará que todavía hay vida en el planeta azul.

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¿Qué es la nueva cultura del agua?

¿Qué es la nueva cultura del agua?

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La Nueva Cultura del Agua, es una expresión creada por Francisco-Javier Martínez Gil -Catedrático de Hidrogeología de la Universidad de Zaragoza- a principios de los años noventa. Trata de trasmitir que un desarrollo sostenible, una ordenación inteligente de los recursos hídricos y la defensa de los ecosistemas son la solución más sensata a los actuales problemas de escasez y sobreexplotación del agua. Desarticula el concepto de “desequilibrio estructural” y da al traste con la concepción costista –propia del siglo XIX- de la imperiosa necesidad del regadío en la agricultura. La Nueva Cultura del Agua también deja a la vista los intereses de acaparar agua de algunas comunidades de pretendidos regantes –y de regantes expectantes-, que mercadean con el recurso convirtiéndolo en kilovatios que nada tienen que ver con lo vegetal.
Contra la corriente mercantilista de poner valor al medio ambiente, esperando del mismo beneficios a corto plazo que no son sino el expolio de los recursos –piénsese en la destrucción irreversible causada por los grandes pantanos y trasvases-, la Nueva Cultura del Agua propone lo que se ha dado en llamar economía ecológica; considerando, no sólo el coste material de los bosques, ríos o playas sino primando paisajes, lugares o valores ecológicos, es decir el futuro y también lo que podría calificarse de inefable.
La tan traída y llevada expresión “Nueva Cultura del Agua”, de Javier Martínez, uno de los padres más carismáticos de Coagret -Coordinadora de Afectados por Grandes Embalses y Trasvases, colectivo en el que se aglutinan diversas asociaciones del estado español que s reclaman respeto para sus paisajes, historia y futuro en torno a sus ríos-, tomó cuerpo en la Fundación Nueva Cultura del Agua, cuyo presidente es el profesor Pedro Arrojo Agudo, del Departamento de Análisis Económico de la Facultad de Económicas de la Universidad de Zaragoza y primer español en recibir el Premio Goldman de Medio Ambiente (año 2003).
Precisamente el pasado viernes 30 de enero, la Fundación Nueva Cultura del Agua presentó en las Cortes un informe sobre la corrupción de la gestión del agua en España. El informe, entregado y avalado por Carlos Jiménez Villarejo – antiguo Fiscal anticorrupción del Estado – y por el propio Pedro Arrojo, pone de manifiesto las irregularidades en la contratación de obras públicas, el desgobierno hidráulico y el manejo fraudulento de fondos públicos.
El informe recoge un estudio basado en el análisis y clasificación sistemática de casos en cada cuenca hidrográfica. Su lectura lleva a la conclusión difícilmente refutable de que hay grandes negocios y beneficios empresariales escondidos en los proyectos del PHN; un plan que, en contra de lo pregonado por sus autores –que siempre han rehuido debates abiertos con expertos como Arrojo, Martínez Gil y otros científicos de diversas universidades nacionales y extranjeras-, dista mucho de ser bueno para todos y malo para ninguno.

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Derecho a una muerte digna

Derecho a una muerte digna

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Donde una vez hubo luz esplendorosa/que iluminaba razones y quimeras
hoy sólo queda un foco caprichoso/que alumbra intermitente al puzle de la idea.
La pobre luz del foco se convierte:/ hoy en farol, mañana en vela
y pronto, en tímida cerilla/ que se apagará sin darnos cuenta.

J. M. B.

Es indudable que los dos derechos fundamentales que tiene todo ser humano son el de la vida y el de la libertad. Precisamente por ese doble derecho inalienable, cuando el de la vida está gravemente afectado por unas condiciones de salud extremas e irreversibles, donde la existencia depende de medios extraordinarios, conectada a maquinas de supervivencia o sometida estados vegetativos, debemos preguntarnos si se está procurando por la vida o prolongando innecesariamente la agonía. Es entonces cuando, en función del derecho de libertad, el afectado o sus allegados deberían poder elegir la posibilidad de una muerte digna.

Una muerte buena
La palabra Eutanasia deriva del griego eu – que significa “bueno” – y thánatos – que se traduce como “muerte” – La empleó por primera vez el filósofo y político Francis Bacon en el siglo XVII, autor de la Teoría de los Ídolos, refiriéndose al hecho de morir con dignidad.
La práctica de la eutanasia no se restringe a evitar sufrimientos innecesarios o a mantener la calidad de vida del enfermo terminal. Postula la dignidad que comporta morir rodeado de los seres que uno ama, en la propia casa y no en la soledad de un hospital. No obstante, el ejercicio de este derecho comporta asumir la propia muerte como un hecho natural y aceptarlo. Es un proceso de interiorización gradual de dicho ocaso, para asumir sin desespero una muerte tranquila y dulce.
Sin embargo, la propia acepción tiene sus aristas. Una acción heroica, una muerte agradable o indolora – como la de Séneca o la de Sócrates -, el fusilamiento por la defensa de unos ideales o la anestesia en la aplicación de la pena de muerte, en el sentido cenestésico, no es equivalente a una muerte buena en el sentido ético o biológico del concepto. Una muerte digna es el derecho a finalizar voluntariamente sin sufrimiento y evitando el de los demás, cuando la ciencia ya nada puede aportar. El viaje a la laguna Estigia es el precio que se paga por haber vivido.
Se nos inculca que la muerte debe ser vista como una adversaria y a evitarla utilizando cualquier método disponible. Muchas veces son los propios deudos del afectado, quienes se rebelan contra la pérdida del ser querido exigiendo mantenerlos vivos, es decir, con latido cardíaco, aunque sea sin actividad cerebral útil, mediante el empleo de soluciones mecánicas o drogas. Alargar una vida inútil prolonga la agonía del enfermo y la angustiosa sensación de impotencia profesional de médicos y personal sanitario.

La muerte asistida
La muerte – nos lo dice la biología – se produce cuando cesa la actividad bioeléctrica del cerebro y el encefalograma lo confirma. No obstante, es necesario diferenciar la muerte clínica de la muerte biológica, que puede posponerse a aquélla y más allá de sus límites naturales, manteniendo, artificialmente, una vida inviable a través de la llamada reanimación de dos funciones vitales: la respiratoria y la cardiaca. A pesar del coma irreversible del paciente, cuyo cerebro carece de actividad, puede prolongarse su vida “vegetativa” durante un tiempo.
El latido del corazón y el funcionamiento de los pulmones versus un encefalograma plano no presuponen que haya vida humana, sino que los recursos médicos han avanzado lo suficiente para que la actividad coronaria y pulmonar sigan funcionando aisladamente de lo que entendemos por vida real. De aquí que la omisión o la interrupción de los medios mecánicos o terapéuticos desproporcionados no plantea el problema de si tal omisión o renuncia producen o no la muerte, dado que la muerte auténtica, que es la muerte clínica, ya se ha producido. El verdadero “quid” de la cuestión, planteado desde el punto de vista moral, es si la reanimación o terapia de sostenimiento vital debe mantenerse por cuestiones éticas mal entendidas o por experimentos científicos, sean técnicos o farmacológicos.
El irrenunciable derecho a vivir, lleva implícito el derecho a morir de las personas sometidas a enfermedades miserables o a estados inertes de actividad biológica. Tal vez, la obligación moral de la Sociedad con los pacientes terminales no sólo debe consistir en retirar todo tipo de asistencia mecánica, sino también en ayudar a acelerar el proceso de la muerte a aquellos pacientes que así lo soliciten. Este es el fin último de la Eutanasia.

La eutanasia activa y pasiva
En la ayuda al moribundo debemos distinguir – según se provoque la muerte por acción o por omisión- entre eutanasia activa o pasiva. Asimismo hay que diferenciar entre eutanasia directa e indirecta: la primera sería la que busca que sobrevenga la muerte, y la segunda la que trata de mitigar el dolor físico, aun a sabiendas y riesgo de que ese tratamiento acabe con la “vida” del paciente.
El exceso terapéutico – la distanasia – es etimológicamente lo contrario de la eutanasia. Consiste en retrasar el advenimiento de la muerte – a sabiendas de que no hay esperanza de curación – todo lo posible y por todos los medios, aunque sean desproporcionados, inflingiendo al moribundo unos sufrimientos añadidos a los que ya padece, y que no lograrán esquivar la muerte inevitable, sino sólo aplazarla un tiempo en unas condiciones lamentables para el enfermo.
Volviendo a la eutanasia, ésta supone tanto en su forma activa, como pasiva, una ayuda para morir. La eutanasia activa, «mercy killing» que puede traducirse como “muerte misericordiosa”, se caracteriza por una acción del sujeto agente sobre el sujeto paciente, y requiere una intervención adecuada del primero que mediante fármacos o drogas, acelera la muerte del segundo. La eutanasia pasiva, «letting die» en terminología anglosajona, se caracteriza por la omisión voluntaria de los cuidados precisos de la terapia en la búsqueda de la muerte del enfermo terminal. En ambos casos se actúa por compasión, motivo esencial de la eutanasia. En el primero acelerando el proceso y en el segundo dejando que la muerte siga su curso.
El concepto de ayudar a morir dignamente debe ser entendido como el respeto a la persona en la elección de cuando morir, en el caso de que la sentencia vital ya esté dictada. La eutanasia también incluye las acciones destinadas a minimizar los padecimientos finales. Que una sociedad sea avanzada en este aspecto dice mucho a favor de ella. Claude Geffrè, – dominico, profesor de Teología y actualmente director de la Escuela Bíblica de Jerusalén – en su libro «La muerte como necesidad y como libertad» afirma: «el valor de una antropología se verifica en el modo con que da cuenta de esa situación límite que es la muerte». Pero el camino para concienciar a las distintas culturas en su actitud frente a la muerte no ha sido fácil.

La legalización de la eutanasia.
Holanda fue la primera nación en la legalización de la eutanasia. El derecho a una muerte digna, bajo ciertas condiciones, ha sido imitado por otros países y ha contribuido a reavivar el debate, aunque el país de los tulipanes sigue a la cabeza en la toma de decisiones al respecto. Sus leyes permiten las acciones cuyo fin es acortar la vida del enfermo, provocando la muerte e incluyen la eutanasia y el llamado suicidio asistido. Ambas surgen cuando, por razones de «calidad de vida» el afectado considera que mantener su vida no tiene sentido. En el caso de la eutanasia, un agente sanitario ejecuta la acción que provoca el deceso del enfermo, generalmente mediante la administración de depresores del sistema nervioso central. El «suicidio asistido», en cambio, consiste en la puesta a disposición del enfermo de todos los medios necesarios para que este pueda poner fin a su vida mediante el uso de fármacos. Para muchos, este tipo de eutanasia es una alternativa legítima de «muerte digna» y en Holanda no tiene consecuencias penales cuando los médicos que la efectúan respetan ciertas normas establecidas para este efecto.
Son muchos los parlamentos que están debatiendo sobre el tema. El derecho a la muerte digna, expresamente solicitada por quien padece sufrimientos atroces y el derecho de cada cual a disponer de su propia vida, en uso de su libertad y autonomía individual, sumado a la necesidad urgente de regular una situación que existe de hecho, obligan a la revisión de Leyes y Códigos Civiles y Penales, incluso de Constituciones.
Pongamos algunos ejemplos recientes: Las farmacias belgas han comenzado la venta, dirigida sólo a profesionales para la medicina, de una caja con las medicinas y utensilios necesarios para realizar la eutanasia. El llamado «kit de eutanasia» contiene una decena de medicinas y medios auxiliares, como un goteo, jeringuillas, agujas normales y otra adaptada para la perfusión.
En Italia, otrora crítica con la “permisividad” holandesa, un suceso de hace pocas semanas ha obligado a los dirigentes transalpinos a cambiar su punto de vista: Piergiorgio Welby, de 60 años, que desde hace 30 años padece una distrofia muscular progresiva que no tiene cura y le obliga a permanecer inmovilizado en cama, pudo, gracias a un sintetizador, grabar un vídeo en el que con su voz metálica afirmó que su grito no es desesperación, sino que está cargado de “esperanza humana y civil para el país” y que su estado es el de una persona que ha perdido todas las esperanzas.
Añadió en su misiva, hecha pública por su asociación, que su cuerpo “no es mío” y que si en vez de vivir en Italia, donde la eutanasia está prohibida, “fuera suizo, belga u holandés, podría evitar el ultraje, pero soy italiano y aquí no hay piedad”. El presidente de la República le envió una carta en la que le cuenta que ha escuchado “muy conmovido” su llamamiento y que se siente afectado “’tanto como persona como presidente”.
Más ejemplos: las actuales leyes suizas han permitido que, desde que fue fundada en 1998, la controvertida organización Dignitas haya ayudado a suicidarse a más de 450 personas de toda Europa.
En Colombia una de las propuestas presentadas el pasado septiembre, es la reglamentación de una sentencia de la Corte Constitucional sobre la eutanasia, auspiciada por el senador Armando Benedetti, del Partido de la U, permitiría acelerar la muerte de los enfermos terminales e incluso el suicidio asistido por métodos médicos. El otro proyecto, presentado hace un mes por el senador liberal Alvaro Ashton Giraldo, expresa que los enfermos terminales podrán renunciar a la aplicación de procedimientos terapéuticos extraordinarios para conservar la vida y optar por experimentar una muerte en paz y en su propia casa.
La práctica de la eutanasia en Panamá está expresamente prohibida en el artículo 32 de la Ley No. 68 de 20 noviembre de 2003. No obstante, se está debatiendo la posibilidad de que se incluya en el Código Penal un artículo en el que se rebaja a la mitad la pena a quien ayude a morir a un enfermo terminal –actualmente está castigado con prisión de uno a cinco años–.
El pasado 24 de junio en Sacramento se lanzó una propuesta de ley al comité jurídico del Senado norteamericano, para permitir, en el estado de California, el suicidio con asistencia médica a pacientes con enfermedades terminales.
Desde el pasado mes de mayo, Holanda publica en Internet los criterios seguidos por sus médicos en los casos en los que han practicado una eutanasia. De acuerdo con la ley que regula la eutanasia -aprobada en 2002- los médicos holandeses sólo pueden aplicar esa medida para finalizar la vida en casos de enfermedades incurables y en las que el enfermo sufre un dolor insoportable e imposible de paliar.

Análisis final
La vida, como fenómeno natural, está compuesta por ciclos y el postrer de ellos es el de su terminación. Este tránsito obligado debe darse en las mejores condiciones posibles y, como decíamos al principio, con la libertad de decisión en caso de una obligada y cruel agonía o en el supuesto de que lo que llamamos vida sea, ética y moralmente, sólo un desgraciado símil. También debe asumirse sin reservas, el derecho a no sufrir inútilmente y a ser informado de una situación extrema y terminal que nos permita renunciar a una no deseada prolongación de nuestra existencia, ambos derechos deben ser tenidos en cuenta por los legisladores de todos los países. Resumamos con las palabras de Marco Aurelio en su Libro III: Una de la funciones más nobles de la razón consiste en saber si es o no, tiempo de irse de este mundo.

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El nuevo show de Truman

El nuevo show de Truman

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Hoy llueve y me refugio en casa.
Mis dedos, desobedeciendo a mi cerebro
– a la parte inteligente de él –
han buscado el mando a distancia.
Y un sinnúmero de cosas absurdas
han desfilado por la amoral pantalla. . .

Una televisión alemana – podría haber sido de cualquier otra parte – ha anunciado la pronta producción de una serie de entretenimiento basada en parte en el argumento de la conocida película de Peter Weir “El Show de Truman”.
El invento, heredero directo de varias exitosas sagas de telebasura, va más allá de encerrar a unos cuantos individuos en una casa, una granja o abandonarlos en una isla desierta para observar sus comportamientos y esperando que sus miserias, amoríos, desengaños y estupideces, consuelen al teleadicto de la monotonía de su vida diaria.
La productora germana aspira a crear un universo artificial en forma de ciudad donde habiten y convivan un grupo de voluntarias y voluntarios seleccionados a ex profeso para el evento. No se tratará de tenerlos sólo unas semanas encerrados; el objetivo es tan ambicioso que pretende que sus vidas se desarrollen bajo la indiscreta mirada de millones de espectadores. Los “actores” se conocerán, se enamoraran y se desenamoraran; se casarán, tendrán hijos, serán felices o infelices; se desnudaran física y espiritualmente frente a los ávidos ojos de los adictos a este tipo de programas y a los televidentes ocasionales dispuestos a jurar que jamás los visionan.
La virtual ciudad contará con miles de actores profesionales que completaran el elenco de tan grandioso teatro; taxistas, panaderos o policías serán figurantes que darán un enfoque de verosimilitud a la tremenda fantasía que, sin embargo, será una realidad para los concursantes. Un accidente de automóvil, un niño llorando en una plaza por su globo huido o un camarero a quien se le cae la bandeja, pueden ser hechos fortuitos o tan solo una interpretación del guión.
Mientras tanto, los protagonistas trataran de llevar una vida “normal” y a diferencia de lo que nos cuenta la película protagonizada por el histriónico Jim Carrey, sabrán – desde el comienzo- que todo es un montaje que los tiene atrapados, pero ellos arrastrarán su inmundicia como escarabajos en pos de una incierta fama, vendiendo su alma al espejo de los curiosos y al morbo de los chafarderos.
Ante tamaño despropósito, las preguntas respecto a las motivaciones de unos y de otros – concursantes y espectadores – surgen asombradas, mientras leemos o escuchamos la noticia. ¿Es posible vivir una vida artificial? ¿Podrán olvidar que detrás de cada sofá y de cada cama hay una cámara? ¿Pueden condenar a sus hijos a ser ratoncitos de laboratorio desde el día de su nacimiento?
El deseo humano de notoriedad es lícito y aceptable, todos quieren destacar sobre los demás aunque sea por un día o tan sólo un instante y eso es aprovechado por los grandes manipuladores. Vender nuestra historia, desnudar el alma, gritar más que el vecino, promulgar aunque no se sepa, mostrar nuestros sentimientos – hasta nuestros instintos – al resto de la sociedad, parece que satisface egos y llena bolsillos. El vehículo que permite esta posibilidad es el medio de comunicación más poderoso que hasta ahora ha inventado el hombre.
El poeta y escritor japonés Yukio Mishima, de ágil pluma y perturbadas ideas, propuesto en tres ocasiones para el premio Nóbel, se suicidó en 1970 de cara al público desde lo alto de un edificio. Esperó durante horas – pronunciando un egocéntrico discurso y ponderando las virtudes de una milicia de carácter tradicionalista y neofascista llamada No Kai “Sociedad del Escudo” –, hasta que tuvo la seguridad de que los medios de comunicación habían llegado y que su muerte iba a ser pública y teatral; entonces se hizo el seppuku o harakiri, suicidio ritual de los samuráis.
Hemos podido presenciar otros suicidios – voluntarios o forzados por la desesperación – en presencia de las cámaras de televisión; las fotografías de accidentes mortales o de cadáveres de famosos tienen amplia aceptación en amplios sectores, y ciertos pudientes ámbitos de nuestra avanzada sociedad, se mueren – lamentablemente sólo en metáfora – por los asesinatos en directo de seres humanos. Estamos en un mundo implacable, ávido de nuevas y morbosas sensaciones. Digno público para tan indecentes productores.
En su emotiva intervención del pasado miércoles 15, Pilar Manjón, portavoz de la Asociación de Víctimas del 11 de marzo, denunciaba la manipulación y exhibicionismo por parte de algunos medios de comunicación, de las imágenes de la tragedia de marzo y cuestionaba la “altura moral” de los responsables. Se preguntaba la compareciente si será posible evitar una nueva exhibición morbosa cuando se cumpla el primer aniversario.
Aunque se busquen excusas sobre el derecho a la información, el espectáculo, la distracción, la banalidad, incluso en los experimentos sociológicos, el fin no es otro que fisgar por el ojo de una cerradura en la vida y en la muerte de los demás.
Lamentablemente, estoy convencido del éxito del nuevo programa que anuncian los alemanes, lo mórbido atrae demasiado para obviarlo. Millones de espectadores me darán la razón. Son los que van a los toros con la secreta esperanza de ver una cogida mortal, los que no denuncian al vecino maltratador en la convicción de que aquello terminará en drama, los que les gusta disfrutar del rictus de la muerte. Son los que esperan asistir a una infidelidad retransmitida en directo y regodearse con la ignorancia marital. Son los que desean que el show no acabe y que las generaciones nacidas del virtual bodrio crezcan en la inopia, como el manipulado Truman. Carne de cañón para el “Gran Hermano” imaginado por Orwell.
Pero al propio tiempo me rebelo y abogo por una sociedad más inteligente y sana. Una sociedad que piense que el cariño es plural y el amor cosa de dos. Que acepte que la libertad es el mayor don que tenemos y que la intimidad es su dama de confianza. Que nos podamos reír del jefe, del cacique de turno y de las mentiras, a mandíbula batiente, sin que nadie nos controle. Que podamos leer hasta en el water, sin que una pantalla tonta nos fuerce a contemplarla o una cámara oculta filme nuestras soledades. Sería bueno poder elegir a nuestros propios héroes sin que los imponga el artero de turno. Sería imprescindible discernir sobre el célebre y el conocido; sobre lo poético y lo grosero; lo ético y lo amoral; sobre lo interesante y lo cutre. Opinar sin que nos dirijan.
Pero así es como llegan los cambios y las revoluciones; los agnósticos y las sabidurías; las preguntas y las respuestas, y eso no conviene. Pasen y miren, no disfruten de la calle, no piensen, no lean; el show debe continuar.

Miro por la ventana, llueve
cambio el mando a distancia por el paraguas y vuelvo a playa
la lluvia sigue repicando sobre la arena
una infinidad de pequeños montículos se hacen y deshacen.
Os aseguro que es muy interesante.

 

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