… y Johnny cogió su fusil

…y Johnny cogió su fusil.

Una antigua y espeluznante película del año 71, dirigida por Dalton Trumbo sobre una novela homónima, nos cuenta la desventura de un soldado estadounidense que es herido en un combate durante la Gran Guerra.

El soldado Johnny se despierta en la cama de un hospital y le cuesta llegar a comprender que ha perdido todas sus extremidades, y los sentidos de la vista, el oído, el olfato y el gusto. Es un torso viviente, que sólo puede recordar y soñar, hasta que encuentra la forma – a través del Morse- de comunicarse con sus cuidadores y rogarles que le maten. Pero no consigue que le hagan caso y queda postergado y olvidado, refugiándose en sus pensamientos y ensoñaciones, que no tienen ni espacio ni tiempo real.

El título de tan delirante y escabroso film, viene dado por una canción de un belicista americano que animaba a los jóvenes a alistarse para la guerra. La melodía de marras, Over there, se iniciaba con el verso: Jhonnie get your gun, es decir: “Jhonnie toma tu fusil”. Es la típica balada que los noticieros belicistas de todos los países ponen en su banda musical, para animar a sus ciudadanos para que se maten contra otros ciudadanos tan engañados como ellos.

Los incitadores a las grandes masacres suelen ser el Gobierno de turno, los fanáticos religiosos, los iluminados o los perturbados como Adolf Hitler o Benito Mussolini, pero siempre hay un componente común: detrás de todos ellos están las grandes fortunas o los aspirantes a tenerlas. Vean que no he puesto en la lista ni a políticos ni a los militares porque son simples instrumentos de los ya mencionados.

Pero volviendo a esos pocos cientos de familias que manejan el cotarro mundial, las más favorecidas son, en estos casos, la de los fabricantes de armamento. Ellos son los que proporcionan a los incitadores los fusiles para que el Johnny de turno quede aniquilado en una cuneta o, lo que es peor, los niños palestinos expongan sus destrozados miembros a lo largo de las aldeas de Gaza.

Son gentes sin escrúpulos, herederas de apellidos que a todos nos suenan, compinches y verdugos de dictadores de medio pelo y de larga melena. Los inventores de las guerras, que van tranquilamente a la iglesia, a la sinagoga o a la mezquita a darle las gracias a Dios por haber conseguido el pedido de misiles o de carros de combate. Que harán sus ejercicios respiratorios o la partida de golf, con la tranquilidad del buey que pasta inconsciente de lo que sucede a su alrededor. Son los asesinos de la naturaleza y de la Humanidad, muchos de ellos galardonados y celebrados.

¿Se han dado cuenta de que Palestina está llena de hambrientos, pero de que sus facciones disponen de fusiles de asalto nuevos y llevan lanzados en estos días cientos de cohetes contra Israel? ¿Han observado que muy pocos dan en el blanco o si lo alcanzan aparece el artefacto semienterrado en la tierra sin haber hecho explosión o son destruidos por contramisiles? Por el contrario los misiles israelitas aciertan a objetivos mínimos como un automóvil en movimiento o un dirigente de Hamás meando en una tapia. ¿Casualidad? No. Israel paga más y mejor. Tiene los mejores modelos, radares y ordenadores para dirigir sus artilugios de muerte.


Lo mismo ocurre en África o en Suramérica. Los niños disponen de un armamento con cuyo coste podrían construir una aldea donde vivir en paz. ¿Creen ustedes que las amenazas que tanto nos asustan de Irán o de Corea del Norte, están exentas de tecnología europea o americana? ¿Somos tan estúpidos que creemos que las bombas que machacan al pueblo sirio se fabrican exclusivamente en Siria? Recuerden el armamento tan poderoso que tenía Sadam Husein… tanques de madera para engañar, rifles de oro para fardar y misiles que no funcionaron cuando convino. Nada de armas de destrucción masiva. Ahora es cuando sus milicias disponen de armamento moderno.

¿Recuerdan el Maine? Sí, el buque de guerra que estalló misteriosamente en la bahía de La Habana y que desembocó en la primera guerra imperialista norteamericana, precisamente contra España. ¿Recuerdan Pearl Harbor? El día 7 del próximo mes de diciembre se cumple el aniversario del ataque japonés, que no pilló ni un portaviones americano, todos habían salido tres días antes de la rada.


Estos días en Gaza, Israel está probando armas nuevas y efectivas, y los fabricantes demostrando que le venden al pueblo Palestino la chatarra. Pero, mientras tanto, la gente sufre y muere y el conflicto no tiene vías de solución. ¿Por qué? Como diría la policía: investiguen quién se beneficia de todo eso.

Poco importan los muertos, los tullidos y las lágrimas. Poco importa el Johnny de turno, aunque viva en la misma ciudad que el fabricante de misiles. Poco importa lo que piensen las gentes. Lo importante es el negocio, si hay que inventar una crisis, se inventa; si hay que organizar una guerra, se organiza. Mañana irán a la mezquita o a la sinagoga a pedir perdón. Y si sus creencias ancestrales les fallan, se pasan al Budismo que predica la paz universal y se gastan una pasta viviendo una temporada con los monjes en el Himalaya.

Bastaría una ley universal que prohibiera la fabricación de armas y por supuesto su comercialización. Los agentes del orden podrían ir armados con porras paralizadoras o fusiles de dardos tranquilizantes. ¿Utopía? Pues, claro. No van a permitir la paz universal, se les acabaría el negocio y terminaría con la mayor arma que poseen: el miedo. Tenemos tanto miedo a perder lo que tenemos y a plantar cara a todos estos tipos, que les dejamos que esto continúe y contemplamos como bloquean impunemente la entrada de alimentos y medicinas en la franja de Gaza, y como unos y otros, agotan sus petardos. ¡Qué hay que comprar más!

Hoy he firmado una petición para terminar con las agresiones a Gaza, para intentar que las conversaciones de paz fructifiquen. Puede que se rían de nosotros. Un millón, dos, o tres millones de firmas no les harán recapacitar, pero pueden ayudar. Tengo conocidos y amigos en los dos bandos, son tipos honestos que creen defender a su Pueblo y su modo de vida. Los verdaderos enemigos no son las gentes, si no los intereses.

En este momento, justo en el instante en que estás leyendo esto, acaba de morir un niño por un disparo; o de hambre o de sed. Y lo que es peor, en un olvidado hospital de no se sabe dónde, un tal Johnny todavía está esperando a que terminen con su terrible existencia, no sabe que aquel fusil que cogió, hoy, está totalmente obsoleto. Pero la maldita fábrica que lo montó, sigue produciendo muerte y enriqueciendo a los miserables.