Nuevo artículo. Las consecuencias de ser consecuentes.

Las consecuencias de ser consecuente

Hay dos maneras de llegar al desastre:
una, pedir lo imposible; otra, retrasar lo inevitable
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Francesc Cambó

He retrasado este artículo por el dolor que me produce escribirlo. El motivo de tanta reserva era el de no encontrar las palabras justas que equilibraran razón y sentimientos. Había escogido convertirme en un espectador distante y juzgar la situación desde la perspectiva. En ocasiones, el árbol, no permite ver la inmensidad del bosque.

Voy a hacerles una declaración de principios totalmente irrenunciable para mí, advirtiéndoles que es “mi afirmación” y no impongo que sea la de otros. Cada cual que revise sus estadios y estados ideológicos y tome sus propias decisiones.

Esa manifestación de preceptos la resumo en tres máximas: libertad, capacidad de decisión y honradez.

Voy a ampliarles cada uno de ellos.
La libertad, tanto individual como la de los pueblos, es inalienable; por tanto un individuo o un país, tienen perfecto derecho a decidir sobre su futuro. Para concretar y que no se pierdan en el bosque mirando el árbol: soy partidario de que los pueblos ejerzan su derecho a la autodeterminación y que Catalunya disponga sobre su destino. Como cualquier otro pueblo

Sin embargo subrayo, que es el Pueblo, no una formación política o un grupo minoritario de individuos los que deciden. Y esa capacidad de decisión no tiene que estar forzada por los sentimientos, porque al contrario de lo que pedía el mayo del 68, las consecuencias de exigir un imposible, como apuntaba Cambó, puede conducir al desastre.

Y en todo proceso y elección es, absolutamente imprescindible, la honradez. No se puede conducir a una sociedad hacia un camino determinado, por muy hermoso que parezca, si solamente nos mueve un afán de protagonismo, de ocultación, de dispersión, de interés particular o, simplemente, de desconocimiento de la realidad.

No vean en todo ello una reserva melindrosa. No. Yo quiero ser consecuente, y no retrasar más esa decisión. Y sí las consecuencias obligan a un mayor esfuerzo o sacrificio, allí estaré. Pero no me utilicen para fines exclusivamente políticos y para faroles de póker. Ni a mí, ni al resto del pueblo catalán.

Si quieren que me posicione, debo volver al inicio de este artículo: por un lado están las razones y por otro los sentimientos. Yo quiero estar con mi gente, con los trabajadores, la gente honrada, los amigos y los que creemos en un mundo mejor. Me es totalmente igual que sean murcianos, asturianos o aragoneses; que tengan que viajar en patera para venir a nuestra sociedad ¿opulenta? o que viajen con el Ave, son mis hermanos. Lo que de verdad me jode son los que viajan en coches y jets oficiales a destinos privados, pagando el Pueblo. Quiero un país equilibrado y solidario, que contribuya más el que más tenga, pero que estas aportaciones favorezcan a todos por igual.

Por otro lado, está mi exigencia irrenunciable a que la cultura y la lengua catalana pervivan para siempre; qué pueda expresarme en mi idioma materno cuando quiera, y al mismo tiempo leer a Miguel Hernández, a Antonio Machado a García Lorca, a Benedetti o a Neruda en el suyo. Que nadie ni nada, impidan el desarrollo de una sabiduría milenaria que tanto ha aportado a todos, ni tampoco disfrutar de otras culturas que enriquecen y complementan las mías.

Pero mi verdadero temor, amigos lectores, no es a las voluntades populares; es, a los separadores ignorantes y a los separatistas exaltados. Ambos dan miedo. Y ambos pueden conducirnos al desastre.

La barbaridad del ministro Wert sólo tiene una explicación: ignorancia. Es inquietante que el ministro de cultura sea un imbécil, es decir, que su razón sea escasa, y eso provoca los sueños monstruosos que anunciaba Goya. Pero no menos razones de este tipo se deben atribuir a un tal López Tena, portavoz de la Plataforma per la Independència de Catalunya y vocal d’Òmnium Cultural y que, cada vez que habla, da más argumentos a la estupidez, sacándole seriedad a una propuesta formal y legítima.

Cuándo Francesc Cambó, líder de la Lliga regionalista de Catalunya y autor de la frase que encabeza este artículo, se dio cuenta de que el pueblo catalán quería una República Catalana, dentro de la II República Española y llegaba un gobierno del Frente Popular, le entraron diarreas. Y terminó poniendo su fortuna a disposición de un tal Francisco Franco, para que aplastara la voluntad del Pueblo. Otros corrieron para abandonar la Catalunya republicana y se refugiaron ¡en Burgos! Por si podían echar una manita.

El madrileño Wert Ortega

Mi padre y otros republicanos catalanes y españoles, defendieron la Serra de Cavalls en la batalla del Ebro. Sólo pudieron ser desalojados por los continuos bombardeos de la aviación nazi alemana, y los obuses de la artillería fascista, pagados con “pesetes” del tal Cambó. Algunas cotas tuvieron que tomarlas los golpistas a la bayoneta; uno de esos grupos del ejército franquista era el Tercio de Nuestra Señora de Montserrat, compuesto por requetés catalanes. Sin ningún tipo de rencor ni acritud, aquello ya es Historia, les doy los apellidos de los oficiales que dirigían el asalto: Anglés, Cunill, Aymerich, Bosch, Bonet, Mas, Gassió…

Ellos creían en otra Catalunya: burguesa, excluyente, católica y tradicionalista. Sabían, y así se lo habían comunicado a la quinta columna, que operaba en el territorio catalán, que aquello terminaría con cualquier posibilidad independentista o autonomista; pero eran consecuentes: Antes españoles que rojos. Aquella era su única verdad.

Yo me sentiría más a gusto en un Estado Federal, solidario y comprometido con todos los trabajadores del mundo. Que partícipe de la erradicación de la pobreza y el hambre, y en mantener la Paz interior y exterior a toda costa. Una patria de todos y para todos, bajo el emblema tricolor de la III República. Pero es únicamente mi opinión y dónde hay patrón no manda marinero. Pero qué nadie se olvide: el patrón es el Pueblo.

Tal vez, algún día, dejaremos de retrasar el inevitable referéndum, asumir las consecuencias y así evitar el desastre. Si el resultado es favorable a una independencia, deberá ser aceptado por todos. Sin reservas, con generosidad por ambas partes, con respeto y colaboración. Pero eso debe significar el triunfo de la voluntad popular de los catalanes; no el de la burguesía; ni de los excluyentes; los defraudadores o los revanchistas. Tampoco el de los imbéciles. Por tanto que nadie se frote las manos, todavía puede ser una Catalunya incluyente y solidaria, multirracial, laica, progresista y republicana. Lo paradójico sería que entonces, muchos, querrían volver a autoexiliarse… en Burgos.