Mes: marzo 2012

Eulalia en los muros de las grandes ciudades

No os extrañe ver semejante cartelón… Eulalia sigue siendo mucha Eulalaia.

La corrupción política

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CORRUPCIÓN: la corrupción política

Empezamos esta serie de artículos sobre la corrupción por el primigenio de ellos, el fundamental, la madre de todas las corrupciones: la corrupción política. El uso del poder público para beneficiarse social o económicamente es el más detestable de todos, dado a que se ejerce vulnerando la confianza de los administrados en las democracias y añadiendo más injusticia en otras formas de gobierno.

Los culpables argumentan en su descargo que es lícito el enriquecimiento indebido si la acción primordial ha contribuido a un beneficio público. La carga de cinismo de tal tesis está basada en que estos individuos no reconocen que su puesto político no es una propiedad individual, sino un mandato de los gobernados para que desarrollen su trabajo con claridad, trasparencia y al menor coste. Incluso en formas de gobierno autoritarias, el dictador debe desdoblar de su lado dictatorial, su borde (nunca mejor dicho) paternalista y procurar cierto bienestar a sus pueblos. No es de extrañar que, aunque llegados al poder por elecciones democráticas o por entusiasmo popular, muchos políticos se sienten elegidos por la mano de algún dios menor y se resisten a abandonar o transferir el poder.

Por tanto, la más gravosa de las corrupciones que afectan a nuestra aldea global es la que se da en los círculos políticos. El tráfico de influencias, la malversación o el blanqueo de dinero, por poner algunos ejemplos, son comunes en otros tipos de corrupción, como la institucional, la financiera o la empresarial. La prevaricación, el compadreo, el corporativismo o la ineficacia dolosa son habituales en la justicia; la imposición y el abuso de confianza, para obtener beneficios espurios o físicos, son frecuentes en las religiones y sus negocios de trastienda; la insolidaridad, el engaño a la Hacienda Pública o la creación de mafias o lobbies para corromper al poder, son sistemas utilizados por algunos de los “grandes emprendedores” del mundo. Pues bien, la política reúne y amplia todos estos métodos.

Todo se inicia a partir del funcionamiento de los propios partidos políticos. Desde el estrecho de Bering al Índico, desde los Urales a Tierra de Fuego, el sistema no difiere en demasía. Un grupo de mujeres y hombres se unen con el interés de transformar la sociedad en la forma y manera que su ideología les da a entender. Para ello desarrollan o se adhieren a un ideario político en la convicción de que es el mejor camino para la consecución de sus objetivos, es decir: el poder. Y una vez llegados a él, establecer las normas, decretos y leyes que organicen un sistema que aporte felicidad y bienestar a la corporación. A partir de aquí, unos u otros difieren en definir a los corporativistas. Para unos será la Humanidad en toda su extensión; para otros, únicamente los que hablen su lengua o compartan su territorio; para algunos, solamente los que coincidan en creencias o religiones; para el capitalismo, los que sean capaces de crear riqueza… a costa de todos y para unos pocos, exclusivamente para ellos mismos y sus allegados.

Cada uno de estos sistemas tiene su razón de ser, en ello estriba la diversidad, lo que ocurre es que algunos son ejemplo de tolerancia y otros de intolerancia. Y aquí encontramos el primer síntoma de corrupción: Ninguna de las ideologías será sincera. Todos ocultarán, en mayor y menor cuantía, según el territorio y la situación política, sus verdaderas intenciones, y a partir de ahí, ancha es Castilla. El sí pero no; el: “dónde dije, digo, digo Diego”; el “eso no lo haré” o la promesa fácil, serán el disparo de salida para los corruptos.

Todos y cada uno de los pecados “corruptales”, que hemos mencionado, convergerán en la clase política que, además y constantemente, inventará otros. El principal de ellos, en caso de afiliados a una formación progresista, es la traición a los propios ideales, ¿qué quedará después de ser desleal con el ideario, o tal vez es que nunca lo tuvieron? No obstante, el más común de esos pecados es el de la financiación del partido y/o del político que facilita el hecho delictivo. Con estas actitudes es como se construyen aeropuertos fantasmas; se conceden explotaciones mineras; se prolonga la vida de las centrales nucleares; se desforesta; se permite la venta de alimentos adulterados y cancerígenos; se admiten sistemas financieros putrefactos; se procuran beneficios o en su caso, ayudas a la banca; se consiente la extinción de la fauna para la obtención de ganancias empresariales; se potencia el despido libre; se impiden las manifestaciones ciudadanas, se recortan las libertades, las formas de expresión, el derecho a opinar; se crean fondos para reptiles… de dos patas; se destruye el estado del bienestar y se fortalece al capitalismo cagón. Y todo con el consentimiento de la clase política.

A partir de aquí todo vale para mantenerse en el poder y justificar los desmanes. En cualquier latitud tenemos ejemplos más que suficientes. Observad al primer ministro islandés sentado en el banquillo; al pueblo ruso reclamando a Putin sus fraudes electorales; los manejos, a todos los niveles, del caso Gürtel… Detrás de estas acciones está una absoluta falta de honorabilidad, pero también un total desprecio por sus conciudadanos.

Las leyes, las regulaciones financieras y económicas, la vigilancia de las explotaciones contaminantes, la protección de la naturaleza y de los seres vivos que la pueblan, el control de las calidades y el de los beneficios, la educación, la sanidad, la vivienda, un futuro mejor para la ciudadanía, la justicia y el castigo a los infractores, a los defraudadores y a los corrompidos, están en manos de los parlamentos. A los políticos corresponde no permitir tamaños desaguisados. ¿Por qué entonces tenemos la impresión de que están doblegados a poderes externos? La respuesta es sencilla: o los corruptos son más numerosos que los honestos o el poder de los primeros prima sobre los honrados. En todo caso, Medusa, la Gorgona mayor de la corrupción, se ha adueñado de la clase política en general y lo que es peor, nos ha convertido en estatuas de piedra que ignoran lo que ocurre, en mártires de sus manipulaciones o en víctimas de sus represiones.

Sabemos la extensión de la corrupción política: la financiación directa o indirecta a los partidos, los sobornos que llenan el bolsillo de los que únicamente han encontrado la vía de la representación social para enriquecerse, los que aspiran a un puesto de trabajo en la multinacional de turno después de su cargo público, los que anhelan una buena jubilación sin haber dado golpe en el ámbito profesional o los que regodean con la acumulación de cargos y por añadidura de sueldos. Capítulo aparte merecen los holgazanes, bastante numerosos, de hecho hay un axioma que consagra que a nadie han echado de la política por no hacer nada, y aquellos que aún teniendo la vida asegurada, prevarican y estafan con una afición rayana a la usura y al desprecio institucional.

Tenemos que reaccionar matando metafóricamente a Medusa y, como Perseo, evitar mirarle al rostro. Exigiendo a nuestros representantes políticos honradez y honestidad. Si nuestro Estado está bajo una dictadura: rebelándonos; y si tenemos la fortuna de vivir en democracia, reclamando leyes que garantice la trasparencia en la financiación de los partidos, que permitan elegir a los mejores y a los más eficaces, escapando de las mayorías omnívoras y de las listas cerradas a la obediencia partidista y limitando la cifra de los cargos públicos, su redundancia y el número de sus mandatos.

Sería vital la creación de sistemas independientes de control ciudadano sobre el gasto público y de órganos de vigilancia sobre la eficiencia y honradez de los políticos y funcionarios, denunciando a la justicia las irregularidades bajo el amparo de una ley que exigiera la devolución total del dinero y los bienes obtenidos por acciones ilegales y corruptelas varias. Incluso de una auditoria que, al finalizar la legislatura, informara públicamente sobre el cumplimiento del partido gobernante de su programa político, porque también es engaño prometer y no hacer lo imposible por cumplir la palabra dada. Todo realizado por ciudadanos independientes, elegidos, y al margen de cargos públicos, funcionariales o judiciales. Únicamente de esta forma el Pueblo tendría el pleno control.

Eso no significa pervertir el imprescindible sistema de participación de los partidos políticos, muy al contrario, de lo que se trata es de salvarlo. Me consta que en todas las formaciones políticas democráticas hay gentes honradas, buscadlas. Pero no bajéis la guardia, el más honesto puede caer en la tentación de la corrupción y del despotismo; y eso nos volvería a dejar de piedra.

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