Un poco de Eulalia
En mi novela se cuenta la visita que hizo Eulalia como representante de la Corona a Cuba y a los Estados Unidos con motivo de cumplirse cuatro siglos de dominio español. En estos párrafos trato de describir la Habana que vio la infanta en 1893.
PARTE DEL CAPÍTULO: «MI VIAJE A AMÉRICA» DE MI NOVELA: AL HILO DE LA VIDA.EULALIA DE BORBÓN, LA INDÓMITA
Pero lo más atractivo de la ciudad está en sus calles: en el paseo que lleva el nombre de Isabel II, en las plazas donde se venden todo tipo de frutas, en todos aquellos lugares cargados de historia. Las mulatas pasean por los atardeceres caribeños con un particular perfume en las ensenadas de sus pechos, un aroma de ébano y manigua; peinan sus cabellos hebra a hebra, y ríen con labios de melocotón y dientes de coco. En estos atardeceres, los carruajes se multiplican paseando a damas y caballeros, sus lacayos y cocheros visten levitas de fino lienzo, chistera acharolada y botas de montar de caña alta; están tan elegantes como sus señores. Los ocupantes de los quitrines y volantas se saludan al paso, los caballeros se descubren y agitan al aire sus sombreros de ala ancha; los ocupantes de calesas y landós prefieren esconderse del sol…y de las miradas impertinentes, discretamente ocultos, bajo las capotas. ¡Ay! si las vaquetas de cuero pudiesen hablar. La polvareda que levantan unos y otros torna grisáceos los vestidos, los adornos, los lazos y los botines de los caballeros. Las sonrisas, mohines, suspiros y guiños se escapan de coche a coche con sutiles promesas de pasiones interminables. Los soldados y oficiales disfrutan sus descansos bebiendo el ambiente de las calles, los rones en las tabernas y los vientos por las mulatas. Los oficiales llevan elegantes guerreras azules o de rayadillo, como la tropa que deambula al anochecer.
Entonces todo cambia, ninguna mujer transita sola. La calle es tomada por los más variopintos personajes y aparece una Habana meretriz y hedionda. El calor del día ha emponzoñado toda materia y la ciudad huele a descompuesto y el puerto a pescado podrido. Pero no por ello pierde su belleza, La Habana, bella y sucia, es polvo en las sequías y barro en las tormentas. Calles estrechas y cerradas, de esquinas poco alumbradas, incluso oscuras, que huelen a pantano. Pero hay algo que te atrapa y te retiene, algo que te impulsa al deseo carnal. Pero también hay algo que levanta la furia y la rabia, son los cientos de exesclavas «puestas a trabajar» por sus nuevos amos en los burdeles y en las calles cercanas al puerto. Para ellas nada ha cambiado, les es igual prostituirse para el hacendado español, que para el criollo putañero. Es el dolor de la dependencia, la basura de sobrevivir para que otros se enriquezcan, la vejez prematura para llenar de ron los gaznates de los miserables.
La Habana es libertad y sensualidad, pero también cárcel, prisión para los exesclavos que ya no tienen palenque donde huir y deben trabajar por una escudilla de comida. Ya no son cimarrones pero todavía tienen en sus espaldas las marcas del látigo del patrón. La ciudad es cuna de mulatos, hijos de violaciones cuyos padres tienen títulos de marquesados y condados ganados en bajeles piratas o con el tráfico de esclavos. La Habana está llena de gentes explotadas por adalides del despotismo ilustrado, por dueños de haciendas robadas, por hipócritas de besamanos de palacio.