EL SÍNDROME DE PENÉLOPE

El síndrome de Penélope

El síndrome de la bella reina de Ítaca puede tener varias lecturas, pero un solo razonamiento, es el de tejer y destejer un manto para un héroe – una solución – que tarda en llegar y que, a ciencia cierta no sabemos si llegará.

En la economía de los pueblos sucede algo parecido, la búsqueda de soluciones – el teje que teje – para luego, al demostrarse poco eficaces, tener que volver al raso original. No lo digo sólo por la peregrina idea de ampliar el plazo obligatorio de jubilación, que se demostrará en breve como un brindis al sol o por la “amenaza” de las grupos opositores de: “yo tengo la solución, pero me la callo, hasta que seamos nosotros los tejedores”; lo digo por la falta de eficacia de unos y de otros en el día a día.

Igual que el despiste económico de todos los países industrializados, motivado en gran parte por la voracidad de sus financieros, es destacable el desoriente sobre cualquier cuestión importante y paralelamente sorprende la capacidad política de crear problemas donde no los haya. Es tejer prendas que nadie ha pedido y dejar sin terminar las que la gente demanda.

Nadie hubiese dicho que Obama tendría tantos y tantos problemas para poner en práctica el sueño de una asistencia médica seudogratuita. Tampoco era previsible la crisis financiera o los interminables callejones sin salida de Palestina, Afganistán o Irak. Todo son puntos de cruz –que me perdonen los no cristianos- deshilvanados y estériles. Ante esta falta de efectividad las soluciones pasan por abrir otros problemas donde no los había: ¿Qué hacemos con los emigrantes?, preguntan los biznietos de los indianos que hicieron las Américas, y los hijos de los exiliados republicanos, desde sus escaños parlamentarios. La respuesta es simple: acogerles de la misma manera en que los vuestros fueron acogidos.

La afirmación menos veraz de estos días en los países supuestamente “desarrollados” es la de que los emigrantes nos quitan el trabajo. ¿De qué empleo hablamos? ¿Del que no quiere hacer nadie o de aquel que realizaron nuestros compatriotas en los 60 y 70 en Alemania, Francia o Suiza? Tal vez se refieran, al hacer la falaz afirmación, al tipo de contrataciones ilegales que hacen boyantes empresarios europeos. Puede ser que nos refiramos al empleo de publicista del padre de Sarkozy, Pál Sarkozy de Nagybocsa, después de ser declarado inútil en la Legión Extranjera para la Guerra de Indochina, claro que la madre del actual Presidente francés, era francesa, eso sí sefardita. Como decía el nobel francés Albert Camus, nacido en Argelia, todos somos extranjeros en nuestro propio entorno.

Soluciones, soluciones y soluciones, es decir, mantos acabados es lo que piden los pueblos y no el teje, teje. Y que no nos digan que es muy difícil encontrar remedios y remiendos a las crisis, para eso están los que se auto patrocinan.

Los partidos políticos, amigos lectores, desde cada una de sus filosofías, deben adelantarse en veinte años al devenir social, deben preparar los hilos para tejer el manto de las soluciones. El objetivo de una formación política está, no nos engañemos, en la conquista del poder y una vez logrado, llevar sus ideologías a la práctica. Para ello hay que proyectar, teniendo en cuenta una situación existente, avances y logros que superen los conflictos históricos, evidentes y de futuro. ¿Qué eso es muy complicado? Pues claro, ¿qué se creían ustedes?, ¿qué los sueldos y las pensiones son por el simple hecho de tener un carné? No amigos, no, la falta de previsión y la inventiva para crear problemas nuevos que enmascaren los prioritarios, no exculpa a las formaciones con doctrinas fijadas históricamente; eso debe ser cosa de los nacionalistas, carentes de bases ideológicas y cosmológicas, arropados tras de una bandera escondiendo sus intenciones privadas y chovinistas.

Hay que sembrar solidaridad, imaginación y valentía, para que crezcan los frutos deseados y no se pudran por demasiado sol o demasiada lluvia. Recordemos que la cama de la heroína homérica está esculpida en el tronco de un árbol que sigue vivo y enraizado en la tierra y que es el símbolo del carácter cíclico de las cosas pero también de la vida en perpetua evolución. Revolucionemos, pues.