Artículo en «Otro mundo es posible»
Objetivos del Milenio
Año 5. Número 45. Marzo 2010
por Jordi Martínez Brotons
PRIMER OBJETIVO: Erradicar la pobreza extrema y el hambre
PRIMER OBJETIVO: Erradicar la pobreza extrema y el hambre
El Secretario General de la ONU Ban Ki-moon, ha solicitado a los líderes mundiales que acudan a una cumbre en Nueva York del 20 al 22 de septiembre de 2010 para impulsar el progreso hacia los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Apenas restan cinco años para 2015, aquella fecha límite que fijaron esos líderes a quienes ahora convoca el Secretario General, para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
En este repaso a la situación actual de cada uno de los Objetivos, hoy escribiremos sobre el primero de ellos: Erradicar la pobreza extrema y el hambre en el mundo.
Hace apenas unos días, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) lamentó de nuevo no disponer todavía «ni de un céntimo» de los famosos 20.000 millones de dólares comprometidos en la cumbre del G8, celebrada L’Aquila en la capital italiana de Los Abruzos, para la lucha contra el hambre. Las baldías promesas de julio pasado, resonaron vacías en las paredes destruidas tres meses antes por un terremoto; eran todo un presagio.
En la cumbre realizada en Roma el pasado noviembre por la FAO, el director general del organismo, Jacques Diouf, lanzó una señal de alarma a los Gobiernos de los países participantes para pedirles que aceleraran la lucha contra este jinete apocalíptico. La ONU exigió con urgencia cuarenta y cuatro mil millones, si se pretendía frenar el fantasma de la hambruna que ya asola globalmente a 1.000 millones de personas y que en 2050 podría elevarse a 9.300 millones si no se actúa de inmediato. Era un explícito resumen de en qué estado se encuentra la consecución del primer objetivo.
En el informe anual de la propia FAO, titulado «El estado mundial de la agricultura y alimentación» de 2009, se exigen inversiones urgentes, esfuerzos en investigación y gobiernos sólidos que garanticen que los productos agrícolas y la ganadería puedan responder a la creciente demanda de alimentos de una población mundial en continuo crecimiento no sólo en habitantes, también en consumo desmesurado.
fotoDetengámonos en las palabras de Diouf. Ya no se habla sólo del hambre en ciertas geografías, ni tampoco en los llamados países en desarrollo; hoy, nos guste o no, es un mal que alcanza incluso a las sociedades más avanzadas. Hay 800 millones de personas en el mundo cuya alimentación es insuficiente para cubrir el mínimo aporte energético diario. En los llamados países en desarrollo, más de una cuarta parte de los menores de cinco años sufren de malnutrición y eso les privará de un desarrollo físico y mental apropiado. Lo mismo podríamos decir de lo que dominamos “pobreza extrema”.
La pobreza extrema puede ser la supervivencia de una familia con un menos de un dólar diario en países africanos, con uno en los asiáticos o con diez en los muy avanzados. Pobreza para todos al fin y al cabo, puesto que las carestías son distintas, pero los estómagos tienen las mismas necesidades de ser, sino saciados, por lo menos confortados.
Si en el 2007 y 2008 hubo una tremenda crisis alimentaria, a partir del año pasado se ha añadido la crisis económica y no pocos problemas políticos. Los engañosos varemos de pobreza y los gritos de los hambrientos parece que se han olvidado, pero en la práctica son más de 1.200 millones de seres humanos que están sufriendo sus consecuencias. Porque la rica Europa ha añadido, desde la crisis económica, 80 millones de personas que viven en situación de pobreza a las cifras anteriores. El necesario Estado del Bienestar se tambalea.
En la mencionada cumbre en la capital italiana se escucharon las voces de líderes como Gadafi, Lula o Bachelet argumentando que la crisis ha hecho invisible el problema de la desnutrición. Decía Lula en Roma que, con menos de la mitad de las ayudas gubernamentales para la llamada crisis financiera, se podría solucionar el problema del hambre. Hasta el Papa Benedicto XVI denunció el trance alarmante de que el hambre llegue a ser considerado como parte de la realidad de los países más pobres.
Resumiendo la situación, el objetivo al que hoy dedicamos estas líneas tenía tres metas primordiales para su consecución:
* La primera era reducir a la mitad, entre 1990 y 2015, la proporción de personas con ingresos inferiores a 1 dólar diario. Sólo en Asia podíamos presumir de avances ya que entre 1990 y 2001 se redujeron en 250 millones los pobres con este exiguo nivel de haberes, pero fue durante el mencionado período con palpable crecimiento económico; ahora la crisis ha estancado los progresos.
* La segunda, que pretendía lograr el pleno empleo productivo y un trabajo decente para todos, incluidos mujeres y jóvenes, está detenida en el limbo de las buenas intenciones.
* En cuanto a la tercera, que preveía la reducción a la mitad en el 2015 de las gentes que padecen hambre y cuya lacra se había reducido en un 25% en más de 30 países de los cuales cerca de la mitad son del África subsahariana, se están notando graves retrocesos, por la falta de aportaciones de los países que se comprometieron a ello.
Se oyeron bellas palabras y hermosas promesas en la Ciudad Eterna. Sin embargo han pasado cerca de seis meses y el objetivo de erradicar la pobreza y el hambre, hoy está más lejos que nunca. Hemos salvado, eso dicen, la liquidez de los que más tienen, pero a costa de las habichuelas y la cebada de los desposeídos y las deudas de los que creyeron formar parte de la sociedad opulenta les ha llevado al umbral de la temida pobreza. Triste balance en los logros del primer objetivo del nuevo milenio.
EL SÍNDROME DE PENÉLOPE
El síndrome de Penélope
El síndrome de la bella reina de Ítaca puede tener varias lecturas, pero un solo razonamiento, es el de tejer y destejer un manto para un héroe – una solución – que tarda en llegar y que, a ciencia cierta no sabemos si llegará.
En la economía de los pueblos sucede algo parecido, la búsqueda de soluciones – el teje que teje – para luego, al demostrarse poco eficaces, tener que volver al raso original. No lo digo sólo por la peregrina idea de ampliar el plazo obligatorio de jubilación, que se demostrará en breve como un brindis al sol o por la “amenaza” de las grupos opositores de: “yo tengo la solución, pero me la callo, hasta que seamos nosotros los tejedores”; lo digo por la falta de eficacia de unos y de otros en el día a día.
Igual que el despiste económico de todos los países industrializados, motivado en gran parte por la voracidad de sus financieros, es destacable el desoriente sobre cualquier cuestión importante y paralelamente sorprende la capacidad política de crear problemas donde no los haya. Es tejer prendas que nadie ha pedido y dejar sin terminar las que la gente demanda.
Nadie hubiese dicho que Obama tendría tantos y tantos problemas para poner en práctica el sueño de una asistencia médica seudogratuita. Tampoco era previsible la crisis financiera o los interminables callejones sin salida de Palestina, Afganistán o Irak. Todo son puntos de cruz –que me perdonen los no cristianos- deshilvanados y estériles. Ante esta falta de efectividad las soluciones pasan por abrir otros problemas donde no los había: ¿Qué hacemos con los emigrantes?, preguntan los biznietos de los indianos que hicieron las Américas, y los hijos de los exiliados republicanos, desde sus escaños parlamentarios. La respuesta es simple: acogerles de la misma manera en que los vuestros fueron acogidos.
La afirmación menos veraz de estos días en los países supuestamente “desarrollados” es la de que los emigrantes nos quitan el trabajo. ¿De qué empleo hablamos? ¿Del que no quiere hacer nadie o de aquel que realizaron nuestros compatriotas en los 60 y 70 en Alemania, Francia o Suiza? Tal vez se refieran, al hacer la falaz afirmación, al tipo de contrataciones ilegales que hacen boyantes empresarios europeos. Puede ser que nos refiramos al empleo de publicista del padre de Sarkozy, Pál Sarkozy de Nagybocsa, después de ser declarado inútil en la Legión Extranjera para la Guerra de Indochina, claro que la madre del actual Presidente francés, era francesa, eso sí sefardita. Como decía el nobel francés Albert Camus, nacido en Argelia, todos somos extranjeros en nuestro propio entorno.
Soluciones, soluciones y soluciones, es decir, mantos acabados es lo que piden los pueblos y no el teje, teje. Y que no nos digan que es muy difícil encontrar remedios y remiendos a las crisis, para eso están los que se auto patrocinan.
Los partidos políticos, amigos lectores, desde cada una de sus filosofías, deben adelantarse en veinte años al devenir social, deben preparar los hilos para tejer el manto de las soluciones. El objetivo de una formación política está, no nos engañemos, en la conquista del poder y una vez logrado, llevar sus ideologías a la práctica. Para ello hay que proyectar, teniendo en cuenta una situación existente, avances y logros que superen los conflictos históricos, evidentes y de futuro. ¿Qué eso es muy complicado? Pues claro, ¿qué se creían ustedes?, ¿qué los sueldos y las pensiones son por el simple hecho de tener un carné? No amigos, no, la falta de previsión y la inventiva para crear problemas nuevos que enmascaren los prioritarios, no exculpa a las formaciones con doctrinas fijadas históricamente; eso debe ser cosa de los nacionalistas, carentes de bases ideológicas y cosmológicas, arropados tras de una bandera escondiendo sus intenciones privadas y chovinistas.
Hay que sembrar solidaridad, imaginación y valentía, para que crezcan los frutos deseados y no se pudran por demasiado sol o demasiada lluvia. Recordemos que la cama de la heroína homérica está esculpida en el tronco de un árbol que sigue vivo y enraizado en la tierra y que es el símbolo del carácter cíclico de las cosas pero también de la vida en perpetua evolución. Revolucionemos, pues.
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